(Aviso: NO ESTOY EMBARAZADA, es para la posteridad)
Querida bebé:
he estado pensando mucho últimamente en mi decisión de no tener hijos. O sea, no quiero hacerlo porque la sociedad piensa que ser mujer es igual a ser madre, es cierto... Pero había muchos otros motivos que me habían llevado a decidir eso.
Pues bien... Creo que fui un poco injusta. Sí, el mundo da asco... Pero la vida es maravillosa. Y no creo ser quien para decirte que no vengas a probar por vos misma cómo es la realidad.
Así que te propongo lo siguiente: yo me comprometo a dar todo de mí para esperarte, contribuir a que el mundo sea un poquito menos patético para cuando llegues, y vos... bueno, nada más me das un motivo más para creer que vale la pena estar vivo y pelearla.
Yo creo que vas a estar de acuerdo ^^
Te espero ansiosa, Liv, mi princesa... (Y si sos varón también ^^)
Esta entrada va a ser bastante breve porque si quisiera contener en una todo lo que siento ahora, al enfrentarme a este teclado, podría pasar horas, días, meses escribiendo. Solo quiero decir que estoy bien. Estoy bien. Esa frase tan común, que decimos como respuesta estándar cuando alguien pregunta "¿cómo andás?". Esa frase que encierra muchísimo cuando se siente de verdad.
Estoy bien, tranquila, feliz y en paz. Eso es mucho más de lo que esperaba. Y de más está decir que no fue algo que busqué, simplemente pasó... Pasó con el tiempo, las estaciones, las circunstancias... Y así como sin buscarlas, nos pasan cosas malas, a veces, con un poco de suerte la vida nos lleva a sorpresas tan maravillosas como inesperadas...
Gimena Silvana Baz Seguí, niña hermosa que le perdió la pulseada a una enfermedad terrible. Pero esta entrada no trata de ponernos tristes, sino de comentar un poco cómo una niña de 12 años se convirtió en mi modelo de vida.
Era la niña más linda que podías cruzarte. Simpática, pero de carácter fuerte y con salidas que parecían no corresponder a su edad. Con todo, su inocencia y su alegría era contagiosa. Siempre bailando y cantando, siempre queriendo seguirnos a su hermana mayor y a mí, que a veces queríamos un ratito a solas para hablar de algo íntimo... Y aunque era chiquita, no se notaba, porque se integraba a lo que fuera que hiciéramos.
Con todo, creo que lo que más destaco de ella es la fuerza de la que hizo gala durante su último año, ese año de sucesos tan angustiantes y rápidos, de meses internada, de días en coma, de largos tratamientos con quimio y radioterapia... Ese año donde volvió a nacer, recuperando la capacidad de hablar, de comer, de respirar sola... No dejando que le pusieran pañales, esforzándose por caminar... Ese año en que salió de la escuela con las excelentes notas de siempre y comenzó su primer año en el liceo, como siempre lo deseó. Un año lleno de gente que la conocía y se enamoraba de ellas, de amigas inseparables, de hermana y primas que la admiraban y se enorgullecían de ella.
El día que la llevamos al panteón a descansar hasta que se levante cuando llegue el momento, llovía. Y es que el cielo estaba triste, por haber perdido su solcito. Pero la mañana siguiente amaneció espléndida. Y uno piensa... ¡Así era ella! Recuperándose de la peor adversidad como algunos adultos no lo harían... Y por eso es mi ejemplo de vida, aunque yo ya soy una adulto y ella una niñita. Cada vez que siento ganas de rendirme, pienso que ella jamás lo hizo. Todo el año estuve pensando en por qué ella, que era tan dulce, buena, chiquita... Por qué no yo, que ya había vivido cosas... Claro, uno nunca se podrá responder eso, en esta vida el suceso imprevisto nos acaece a todos. Sin embargo, ya que se me dio esta oportunidad -y a todos ustedes, lectores, que podrían haber sido mi prima- sé que tengo que aprovecharla, tal como ella lo hizo.
Recuerdo una tarde en el liceo donde hago una suplencia, llorando en el baño de la impotencia, por no lograr que mis alumnos me escucharan, cuestionándome si serviría para esto... Y pensé en ella, y sé que tengo que vivir de la manera en que ella habría deseado. Entonces, salí del baño y volví a la clase, y ya nunca me he vuelto a cuestionar nada.
No creo en el cielo, y sé que estás descansando. Pero te siento muy cerca, porque te pienso cada día, y recuerdo lo fuerte que fuiste y nos enseñaste a ser. Princesita, nos veremos pronto, pero mientras tanto, viviré de una manera en que te enorgullezca.
Tengo veinte años y voy a tener un hermano. Cuando me dieron la noticia, hasta yo me sorprendí de lo feliz que me hizo. Es un enanito, sangre de mi sangre, a quien mimar y malcriar. A quien defender y amar con mi vida cuando algún bobo cometa el error de meterse con él. Un ser especial a quien enseñarle las cosas chiquitas y mágicas de la vida. Otro chiquito para que igual que mi hermana de seis años se me prenda a la pierna y me diga: "te quiero, hermana..." Es mi hermano, y ya lo adoro, y estoy deseando que llegue.
Te espero ansiosa. Ya sé que sos hermoso y estoy esperando que el tiempo me permita ver la gran persona en que estoy segura te vas a convertir.
Reconozco que otra vez descuidé este espacio, pero ya se acerca fin de año y hay unas cuantas cosas en qué pensar y que contar... Así que pásense de vez en cuando, haré todo lo posible por no defraudarlos.
El año pasado, en estas fechas, atravesé un momento algo complicado. Ahora que lo veo de lejos, ahora que todo se resolvió de manera feliz, y aunque cada tanto duele un poco el recuerdo, puedo hablar de lo que he aprendido. Como ya dije una vez, no pretendo hablar -excepto en algunas entradas puntuales- con todo detalle de mis anécdotas personales, sino más bien rescatar lo que de ellas aprendí y compartirlas.
En primer lugar, me di cuenta que de tanto en tanto necesitamos pensar en lo que tenemos y darnos cuenta del papel que cada persona y hecho ocupa en nuestra vida. O, mejor aún, descubrir qué papel queremos que desempeñen. Por ahí leí que no es tanto que no sepamos lo que tenemos hasta que lo perdemos; sabemos lo que tenemos, pero no creemos que lo podamos perder. Creo que es así.
En segundo lugar, aprendí que hay amigos para todo. Hay amigos con los que solo se puede hablar de cosas tontas o ayudarlos con sus problemas, y aunque lo pases de maravillas con ellos, no le contarías tus problemas. Hay otros amigos a los que no molestarías con bobadas, pero siempre están ahí cuando tenés un problema. Y están los otros, los mejores, con quienes se puede contar para todo, para hablar de estupideces y filosofar hasta las cuatro de la madrugada, o para llorar juntos por horas, para descargar toda tu negatividad e irte a la cama igual de mal, pero interiormente aliviado solo por no tener que cargar con eso solo. Este periodo me ayudó a ver eso, y está relacionado con lo que mencioné en el párrafo anterior: redescubrí a algunos de mis amigos, lo cual ya de por sí justifica todo lo que pasé. Es decir, cuando se forja una amistad fuerte en medio de una tormenta, y luego de que esta pasa, sigue estando, sin importar lo malo que se pasó, se es feliz.
Relacionado con el punto anterior, entendí que no es necesario llevar las cosas solo, y no es signo de debilidad apoyarse en alguien enteramente. La persona en quien me apoyé fue la menos esperada, porque en realidad no lo conocía personalmente más que de vista y todo se dio por chat, una noche en que no tenía con quién hablar y estaba absolutamente desesperada, pero, al reflexionar en lo que pasó... Sola no habría podido. Tenía muchas cosas en la cabeza, mucha negatividad e ideas horribles que necesitaban ser ordenadas, repelidas y suprimidas, para dar lugar a mejores métodos, caminos y estructuras. Entonces, no está mal tener un mentor, una persona que con total confianza te ayude a pensar -no hablo de que piense por uno, nadie sustituye nuestra propia mente- y te guíe, una especie de modelo a seguir. Agradezco a este Maestro, por estar entonces y desde entonces. Nada habría sido igual sin él, ni lo será ya.
Y por último... Y creo que la lección más grande que aprendí fue que ser uno mismo no significa no cambiar nunca. Uno nunca ES, siempre se ESTÁ SIENDO; no hay edad ni etapa para cambiar y mejorar, y es estúpido refugiarse en el "yo soy así" caprichoso y simplista del que no quiere encontrarse a sí mismo. Hay mil razones para emprender esta búsqueda: yo la hice por no perder a quien amo, y al final me di cuenta de que me habría perdido de mucho de no haberla emprendido. Nunca es tarde para crecer, sea por la razón que sea, y la búsqueda de nuestra esencia es perpetua.
Hoy es un día especialmente productivo. No sé qué me pasa, tengo ganas de escribir y mucha música en la cabeza. Quizás es porque estoy algo melancólica: la melancolía es la mejor amiga del escritor, muchas veces. Lo cierto es que tengo ganas de escribir, y no sé qué.
Escribo desde los diez años, aunque en realidad nunca he escrito nada que me enorgullezca demasiado. Solo cosas corrientes, quizás cuentos, sueños, o cosas como estas entradas, todos pequeñas partes de mí, pequeños copos de nieve. Al principio era solo un ejercicio: en casa me rodearon de letras desde antes de nacer, cuando mi madre me leía estando yo en la panza. A medida que fui creciendo, se volvió algo más terapéutico... Y siempre digo que escribo para no olvidar. Hay algo especial en el hecho de volver a cada persona especial para mí, cada persona que significó algo en mi vida, en un personaje de una historia, o un ser digno de homenaje en una entrada de blog. Quizás cuando pasen los años no recuerde su cara, o su nombre real, pero lo verdaderamente importante no es el nombre o el aspecto de alguien, sino su esencia, que es lo que deja huella en nosotros. A veces, esa persona ni siquiera es alguien a quien conozca más que de vista (como el muchacho que subió al ómnibus hoy a tocar la canción justa para lo que venía pensando, canción que aunque alejada del tema en sí de esta entrada la encabeza, para recordarme las palabras de mi Maestro: "la vida debería tener banda sonora"); muchas otras, son amigos, compañeros, amores posibles e imposibles. No importa exactamente el quién, sino el porqué.
Y dicho esto, creo que se justifica la entrada: no importa saber o no qué escribir, es lo de menos, cualquiera puede escribir si le dan un tema. Lo verdaderamente imprescindible es saber por qué escribir, por qué adentrarnos en ese mundo maravilloso de las letras, con todos los desafíos que implica encontrar las palabras justas para expresarnos, sabiendo que muchas veces no seremos recompensados y que lo que escribamos quizás no sea leído por nadie, pero también reconociendo que no es lo que cuenta. El hecho de dejar un poco de nosotros reflejado en palabras, universales como tales pero únicas desde que las hemos elegido, es suficiente premio para quien pueda amarlo.
¿Qué se hace cuando se siente que se ha perdido el rumbo? Uno creía tener todo firme y dominado, todo en orden en ese mundo creado, diseñado y decorado a través de años, y de pronto, al mirar atrás, no hay nada. Simplemente, nada. Quizás, más que nada, es que no hay algo que pueda rescatarse, para servir de base de algo más grande...
Uno podría querer evadirse, no pensar, dejarse llevar, pero en la vida esa decisión es tan peligrosa como, tras haber perdido pie en el mar, dejar de nadar y quedar al arbitrio de las olas. No hay ninguna decisión que deje de ser tomada; si no somos nosotros los dueños de ellas, los responsables, siempre habrá quien lo sea, animado o no, simple fruto del azar. Entonces, en este punto, antes que cualquier opción debemos determinar algo más elemental: ¿tomaremos nosotros las riendas de nuestro destino, o seremos simplemente peones en este gran juego de ajedrez...?
Cuando uno está pasando por un momento difícil, hasta las cosas más tontas tienen repercusiones inimaginables en su humor y sus ganas de seguir adelante. Si esto se aplica a las cosas negativas, como el mal tiempo cuando uno está aguantándose las ganas de llorar, ¿cuánto más debería pasar con las cosas bonitas?
Últimamente, me he visto en medio de un mar de cosas complejas y feas de manejar, que aunque no han podido opacar la felicidad de hermosos momentos, como el casamiento de una de mis mejores amigas, hecho al que ya le dedicaré su espacio, están allí, llenando cada fibra de tu ser de desazón, haciéndote sentir perdida y hasta inútil, inútil por no poder controlarlo.
El jueves tuve mi segunda visita de didáctica. Había pasado bastante tiempo planificando, estudiando, empeñada; me tenía que ir bien porque mi primera visita había dejado bastante que desear, y me había sentido horrible: mis alumnos me habían esperado con todo limpio y ordenado de mano propia, mi profesora había dedicado horas a ayudarme, y la sensación de haberles fallado así me hacía sentir muy mal. La noche previa, el 17 de agosto, fue algo martirizante: no tenía ganas, no tenía ganas de seguir, de ir al IPA, de ir a la visita ni de dar clases. Me sentía aplastada e incapaz, y me dije que si me iba mal, iba a abandonar. Aunque las personas que siempre me apoyan no faltaron a su "papel" ni siquiera estando en una etapa algo turbulenta, no podía sacarme de la cabeza la idea de que iba a fallar miserablemente... Otra vez.
Sin embargo, todo fue diferente. Mis compañeras, que iban a ir junto al profesor de didáctica a ver mi clase, llegaron en taxi por miedo a no llegar en hora. Todos los profesores del liceo me desearon lo mejor y sonreían condescendientemente recordando sus propios tiempos de practicantes, aunque me sentía algo intimidada por tantas miradas juntas, sabía que estaban apoyándome, sin conocerme. Con todo, lo mejor estaba aún por venir.
Llegué a la clase, y allí estaban ellos, los verdaderos protagonistas de esta historia: los alumnos, mis chiquis. No me sorprendió que la clase estuviera impecable, porque así lo hacen desde la primera visita, sin que nadie se los pidiera. Cuando me paré frente al pizarrón, allí llegó lo mejor: habían escrito, con letra clara y marcador violeta, "Virginia te queremos!". Me quedé embelesada, mirando lo escrito, por unos segundos, feliz... Y supe que eso era todo, que por eso estaba allí, que me los había ganado y que eso justificaba todo. Todas las frustraciones y batallas que tuve que ganarme para pararme al frente de esa clase y dar lo mejor de mí ese día estaban recompensadas, y con creses, por saber que ellos creen en mí, que ellos sabían que podía hacerlo. No creo que pueda haber algo más hermoso que eso. Finalmente, todo salió bien, pero más allá de lo académico, hasta ahora pienso en esa simple frase, en ese marcador violeta, y en todo lo que implica. No porque piense que todas mis clases a lo largo de mi carrera lo escribirán, siquiera lo pensarán, sino porque cada vez que sienta que no doy la talla para esto, recordaré que los que fueron mis alumnos en la primera etapa de mi carrera, en el primer año, cuando todavía era una novata, creyeron en mí, supieron que podía hacerlo. Y si ellos lo creían... ¿por qué no podría creerlo yo?
Veamos a donde veamos, solo hay mentiras, engaños, placebos cuyo objetivo es nada más dar un poco de calma para que no sintamos la agonía de lo que realmente sucede. Cada día. Cada día somos cercenados un poco de nuestras ganas, de nuestros sueños, de nuestra individualidad. Parece que querer ser diferente es malo, porque querer superarse es malo, no querer una vida de mediocridad es un pecado que lamentablemente ni siquiera se paga con la muerte, sino con algo peor: una vida de mediocridad consciente, y elegida.
Estoy cansada de que la gente no lo vea, o que haga como si nada. Estoy harta de frases como “sensación térmica” refiriéndose a lo que es una realidad evidente y avasallante. Estoy harta de sentir que se nos trata como idiotas por saber cómo son las cosas y no aceptarlas como son.
A esta altura ustedes creerán que pertenezco a tal o cual corriente política. Felizmente, me siento en un estadio superior, no quiero ser una víctima más de esos engaños. Seamos claros, hay ideologías nobilísimas representadas por imbéciles ambivalentes. Ninguno de ellos se preocupa ni por mí, ni por ti, ni por tus hijos ni por nadie. ¡Y aun así les prestamos nuestras paredes, postes de luz y demás edificios para plasmar su basura!
Basta. Cada vez que veo una propaganda política, se me revuelve el estómago: esas caras de mansas ovejitas, esos ideales tan elevados… Cuando no son más que mentiras. Quiero ver más verdades crudas y menos engaños complacientes. Es cierto que la mayoría de las personas no toleran muy bien que se les diga la verdad, pero no por eso lo artificial será más real. Sería como asumir que una flor de plástico vale más que una flor natural solo porque se mantiene bella por más tiempo.
Quisiera ver otras cosas en las calles, cosas que no me hagan sentir avergonzada de vivir en este mundo. Somos capaces de hacer cosas hermosas… Quisiera cuadros, flores, poemas, frases, partituras… Quiero arte adornando nuestras calles, quiero la verdadera esencia de la humanidad. No quiero más violencia, ni sentir que si no perteneces a tal o cual partido eres menos que basura, como si en las cuestiones de ideología hubiera una superior a otra. Así estamos, vendiendo un mensaje de tolerancia mientras los mismos dirigentes nos enseñan -o quizás el fanatismo, que es la peor miseria del Hombre- a señalar a quien se embandera con otros colores.
Ya no creo en nada. Ni en un estado, ni en una democracia, ni en la política y menos que menos en quienes la representan. No estoy en contra de ellos, simplemente me da lo mismo. Siempre serán lo mismo. Pero considero que hay cosas más importantes que legarle a las futuras generaciones que rotos afiches de hipócritas vendiendo un nuevo Edén. Hay algo más nuestro, más puro, más dulce, más productivo, algo que nos hace pensar (sobre todo PENSAR, que es lo que hace falta), y es el glorioso mensaje del arte en todas sus expresiones.
Mientras esto no suceda -no tenemos las agallas para ir contra el sistema- seguiremos viendo esos ojitos que nos ruegan por un voto, que es su único motivo de vivir, y nosotros seguiremos muriendo por dentro. Un poco más, cada día un poco más, corroídos por olas y olas de mentiras, sabiendo, lo que hará peor nuestra agonía, que las cosas no tenían por qué ser así, y que fue NUESTRA DECISIÓN.
La mirada fija, la respiración firme, el pelo ondeando al viento... El frío de una tarde que conduce al invierno, las pocas hojas que quedan en los árboles cayendo al ritmo de una brisa tan calma que resulta perturbadora. Y yo. El mundo y yo. Al fin y al cabo, ¿qué es la vida, sino ser suficientemente fuerte para sobrevivir un día más sin dejarse abatir? Un día más, a pesar de todo, a pesar del mundo, a pesar del ambiente perturbador como la calma antes de la tormenta, a pesar de las miradas que dicen "no lo lograrás", a pesar de las trabas... Seguir, con la mirada fija, la respiración firme y el pelo ondeando al viento. Un día más... Solo... un día más...
Todos en algún momento nos replanteamos cosas. Sin importar lo seguros que creyéramos que estábamos, sin importar lo felices que somos con la decisión, sin importar todo el apoyo de los demás, sin importar nada. Somos así de volubles. El problema es que a veces uno está demasiado ocupado como para darse cuenta de que está pasando por ese periodo de duda y, cuando finalmente reaccionamos, tenemos bruto problemón adelante, y lo que al principio era una fisura en el cristal, ahora es un agujero negro que nos arrastra cada vez más, un pantano en el cual, cuanto más luchamos para salir, más nos enterramos.
Esa sensación es todavía peor que la de no estar seguro de nada. La sensación de que el piso se mueve y todos los intentos por estabilizarlo, solamente lo ponen peor.
Últimamente me ha estado pasando eso. Desde que tengo memoria supe, de modo inconsciente, que quería ser docente. Los juegos que recuerdo involucraban de una manera u otra desempeñar el rol de maestra, profesora, guía, lo que sea. Durante los años fui cambiando, cambiando... Quería ser astronauta. Después me di cuenta de que iba a estar difícil, y quise ser astrónoma. Pero entonces me puse a estudiar mucha mucha astronomía y noté que aunque me gustaba, no era exactamente lo mío. Para entonces, mi amor por las letras había crecido bastante, y mis propias dudas me llevaban a interesarme por mi propia lengua tanto como por las extranjeras. Entonces decidí que sería profesora de español.
Además de profundizar mi propio conocimiento de este mundo tan complejo de la lengua, el deseo de ser docente parte de mi desengaño y repugnancia por la sociedad como sistema, pero también de la esperanza de la humanidad como individuos. Para hacerlo más claro, estoy convencida de que no hay ninguna ley divina que nos obligue a ser unos mediocres conformistas e ignorantes, y que quien lo es no lo es tanto por las desigualdades y todas esas cosas, sino por la comodidad y la falta de sentido de la superación. Y ahí quiero entrar yo, para mostrar que el conocimiento trae responsabilidad y concientización, y aunque a veces duela interpretar críticamente la realidad, siempre va a ser mejor que dejarse manejar por cualesquiera autoridad de turno. Que leer un libro y ampliar los horizontes es satisfactorio por lo que le genera a uno, más allá del reconocimiento. En pocas palabras, que conocer es ser libre y la ignorancia es una forma de esclavitud a la que la gente se somete voluntariamente.
Pero no es fácil ir en contra del sistema, que te pone mil trabas, y hace que cada vez te sientas más inútil, más impotente, que nada es suficiente, que jamás vas a poder hacer nada... Se siente... Se siente como que en realidad de nada vale soñar, porque hagas lo que hagas, nunca vas a poder cambiar nada. ¡Si en tu propio sistema de formación hay cosas terribles! Me he sentido tentada a tirar la toalla en muchas ocasiones. Creo en la gente, en mis futuros alumnos y en los que ya tengo en la práctica... Pero las vicisitudes de la vida tienen un ingenio para hacerte perder la fe en vos mismo...
Entonces pienso en ese maravilloso libro que no he podido terminar de leer y que conozco más que nada por ensayos, lamentablemente. Ese libro cuyo personaje es mi inspiración, aunque tenga ya casi medio siglo. Ese libro es Don Quijote de La Mancha. Pienso en cómo fueron sus sueños los que lo mantuvieron con vida, y al morir estos, él también muere. Y pienso en mí, que no voy a morir literalmente si abandono lo que me ilusiona. Aunque... si perdiera mi esencia, ¿no es eso morir un poco? Si me dejo vencer por un mundo que se conforma con lo que tiene en frente y se niega a ver un poco más allá (y no hablo de ninguna estupidez política, pues, como ya he postulado en más de una ocasión, odio absolutamente todas las ideologías y a quienes las representan aunque respete a quien la ejerce elegido democráticamente... bla, bla, bla), es peor que morir. Ser uno más del montón es no existir. No hablo de destacar y caer en el error de hacer las cosas por el reconocimiento, hablo de luchar por lo que uno cree que es correcto, y no agachar la cabeza y bancarse los rebencazos del sistema, los escupitajos de un mundo, y las risas de la gente estúpida que no se da cuenta de su propia pobreza espiritual. Me niego a ser una más del montón. Me niego a dejarme morir porque dar otro paso es muy difícil, o porque mi objetivo parece lejano. Nunca lo hice, sería tonto empezar ahora.
No creo que ser un soñador esté mal, aunque el resto del mundo te mire con compasión. Al contrario, creo que no luchar por nuestros ideales es ya estar muerto, y de nada sirve que finjamos lo contrario.
No quiero llegar a anciana, y pensar en qué podría haber sido de mí si hubiera dado un poco más.
La razón que motiva esta entrada puede que sea algo tonta... Pero si hay algo más lindo que la felicidad, es poder compartir la felicidad de gente que uno quiere. Y esa felicidad es mayor cuando uno ve a sus amigos unir sus vidas a personas que los quieren y los hace felices... Últimamente, lo he sentido en varias oportunidades, y por eso lo agrupo aquí:
¡¡FELICIDADES, RUBIA, CLAU, JES, KATE!! Les deseo el mayor de los éxitos en esta nueva etapa.
Y en particular... Nanushka, qué enorme privilegio estar ahí este 12 de agosto, acompañándote en tu matrimonio...
¡Me siento exultante! Es maravilloso sentirse bien por la felicidad de otros, y más todavía, que te sientan digno de compartirla...
"Outcasts and girls with ambitions, that is what I wanna see!" (P!nk - Stupid Girl)
Desde la Intendencia Municipal de Montevideo (órgano estatal dirigente de la capital uruguaya) se promulgó hace unos años un mandato que, para resumir, obligaba a que todo documento oficial que saliera de allí debía ser redactado utilizando el denominado "lenguaje inclusivo". ¿Qué es esto, dirán ustedes? Es, básicamente, no utilizar el masculino singular en su cualidad de término no marcado (es decir, con la capacidad de incluir a otros términos), sino extender las expresiones ad infinitum para incluir el femenino, por ejemplo, ciudadanos y ciudadanas, o utilizar palabras de significado totalizador, como "ciudadanía" en lugar de "ciudadanos".
Las feministas arguyen que "la lucha por el lenguaje inclusivo es la lucha por usar un lenguaje más justo, menos violento, esto es, un lenguaje que no sea utilizado contra nadie como arma de exclusión y opresión en la sociedad. Intentar ser sensibles a usar un lenguaje menos machista y masculinista neutralizando los usos del masculino singular al sustituirlos por otras expresiones o por la inclusión también del femenino singular es un gesto democrático y civilizado, fundamental, como dejar de usar expresiones que podrían herir a grupos que tradicionalmente han sido maltratados, por ejemplo, gente con una sexualidad o con rasgos físicos distintos a los del grupo dominante". Para muchos, este discurso es maravilloso, válido, el primer paso hacia un mundo ideal y todas esas estupideces que se dicen cuando alguien parece descubrir la pólvora. Soy estudiante del profesorado de Español, y en tal caracter, respaldándome en discusiones que he mantenido con mujeres inteligentes, y en infinito material teórico, siento que podría pasar horas argumentando en cuántas maneras distintas este pensamiento es válido como ideología pero totalmente injustificado desde el punto de vista lingüístico. Pero ya que estas señoras se sienten tan ofendidas (¡idioma malo, malo malo!), voy a tratar de aislarme de mi carrera y opinar desde mi realidad como mujer.
Igual, ahora que lo pienso, es difícil alejarme de la intelectualidad. De hecho, creo que casi todas las mujeres inteligentes con las que he hablado del tema opinan igual No creo que sea una casualidad que personas del sexo femenino letradas no se sientan discriminadas por la lengua. Ese sentimiento es a todas luces una prueba de la total ignorancia en la que vive la mayoría de la gente, y al no comprender lo que subyace a ciertos convencionalismos, lo sienten ofensivo, y pretenden bajarnos a todos a su mismo nivel. Es una idiotez asignar valor genérico a tal o cual terminación, o a tal o cual letra. Una idiotez tal como creer que "niño" es el contrario de "niña". Son dos objetos diferentes, y por tanto, hay diferencia de significado más allá del paralelismo de las estructuras. Claro, "niño" es masculino, pero no porque termine en . O si no, ¿por qué decimos "la mano", si termina en ? ¿Qué hay de femenino en la palabra "pared"? O, ¿qué hay de masculino en la palabra "sillón"? ¿Van a crear "la sillona" para emparejar, o van a quemar todos los sillones de su casa porque las discriminan, porque no hay un femenino? Señoras, están desperdiciando su tiempo. La discriminación no está arraigada en la lengua, y si lo estuviera, no culpen al idioma, porque este no apareció por generación espontánea. La lengua, desde una perspectiva sociolingüística, es una construcción social, y si se sienten discriminadas, por algo será. Tampoco veo que haya una lucha por progresar (querer cobrar por ser amas de casas no es precisamente lo que yo concibo como "progreso"). Aclaro que no me parece mal que haya amas de casa tratando de hacer valer el trabajo que cumplen. No obstante, ya nadie las obliga a ser amas de casa. Hay facultades, universidades, liceos, institutos, internet, bibliotecas. Progresar es hacer una nueva realidad del espíritu, es crecer, pero no buscando una remuneración o el reconocimiento de otros. ¿Se van a sentir mejor si dicen "ciudadanos y ciudadanas", mientras friegan el piso solamente porque es más fácil que salir a estudiar o a formarse para tener un trabajo más satisfactorio? ¿Van a sentirse más importantes si decimos "la presidenta" en vez de "la presidente" mientras tienen hijos solamente porque la sociedad vende, todavía hoy, de manera más sutil en las miradas reprochables de MUJERES, que una mujer no puede ser feliz sin marido e hijos? No hay nada de malo en ello si uno lo hace por opción. Aunque, cuando uno elige por una realidad que decepciona, y no hace nada por cambiarla, el error está en uno.
Amo el idioma, y acepto que cambie. Debe cambiar. El problema está cuando los cambios se dan por ideologías que son a todas luces un engaño. Dios nos proteja de la ignorancia y la estupidez que motiva las actitudes de ciertas partes de la sociedad. Alabemos a las mujeres que ejercen su feminismo haciendo algo mejor de ellas cada día, estudiando, o siendo amas de casa que leen y se informan. ¿Qué importa si decimos "presidente" o "presidenta", si seguimos siendo marionetas del sistema de turno? Entonces, todos los esfuerzos de hombres y mujeres que lucharon activamente por reivindicar a la mujer en la sociedad habrán sido en vano. Mientras luchan por un lenguaje no sexista, respaldan el machismo viendo programas que denigran a la mujer, como el tal Bailando por un sueño... ¿Les suena? Y eso es solo una de las expresiones que nos bombardean cada día, y las cosas que les transmitimos a las nuevas generaciones. No quieren ser machistas, pero ¿quién les enseña a los varones a serlo, cuando no les permiten lavar los platos, o los dejan llegar a casa más tarde que a sus hijas, o se horrorizan si quiere ser enfermero o estilista? Hipocresía, nada más. Yo no quiero eso. Ojalá ustedes tampoco. No pierdan tiempo, que el trabajo es mucho.
A veces pienso que los Antiguos no estaban tan errados. No creo en el destino, pero... la imagen de tres mujeres sobrenaturales desenrrollando hebras de hilo para cortarlas en un momento determinado... No deja de ser una figura romantiquísima.
Las Nornas nórdicas, las Moiras griegas o las Parcas romanas nos vigilan a todos. Hilando, midiendo y cortando. A veces, supongo, el hilo se les enrredará en uno de esos nudos imposibles, siendo necesario, para deshacerse de él, un tirón y un corte prematuro. Otras, ese mismo nudo de alguna manera logra desenrredarse y, al final, se soltó más hilo del que se creía.
Ya dije que no creo en el destino, al menos no en uno predefinido. Creo que todos los construimos con cada acción, cada decisión tomada, cada paso desde que aprendemos a andar hasta que morimos, cada suspiro, desde el primero hasta el último. Eso sí, como un hilo, nuestra existencia es finita. Cada instante de más es un regalo extra. Cada momento es una oportunidad, y está en nosotros el bien utilizarla. No sabemos cuándo ni cómo las filosas tijeras cortarán nuestra racha, por ende, no podemos agregar un solo segundo a nuestra existencia (claro está, además de evitar situaciones peligrosas). Lo que sí podemos hacer es que cada instante valga la pena.
" Si nos espera el olvido, tratemos de no merecerlo"
Lunes, cuatro de abril del 2011. Una fecha que quedará grabada a fuego en mi memoria. Es decir, nadie olvidaría con facilidad el primer paso de un simple aprendiz a un profesional, sea cual sea la disciplina. Esto es aun más significativo cuando hablamos de docencia, cuando tu vida entera girará en torno a las aulas y a miles de rostros diferentes.
No estaba nerviosa, pero sí ansiosa. Muy ansiosa. Todavía soy muy joven -tengo diecinueve años-, y en cierta manera tengo muy fresco el recuerdo de mis propios días del otro lado del escritorio; no termino de creer que salí del liceo, cuando ya estoy en mi segundo año de profesorado. Es un sentimiento algo desorientador.
Tomé el ómnibus que me llevaría de una punta de Montevideo a la otra, y me senté en el último asiento, contra la ventanilla, para memorizar el camino puesto que nunca antes había viajado en esa línea. Por alguna razón, todas las canciones en mi MP4 puesto en modo aleatorio fueron estimulantes, animadoras. Desde "Deja de llorar", de Mägo de Oz, hasta "Sweet child of mine", de Guns and Roses... Estaba emocionadísima, aunque en cierta manera también nerviosa, a medida que se acercaba el momento de bajar. No logro definir exactamente qué pensaba en el viaje.
Bajé, y caminé las cuatro o cinco cuadras que me separaban de mi liceo. El liceo 19, en un rinconcito del barrio Unión. En ese momento, ya sin música que me distrajera, podía sentir los latidos de mi corazón acelerándose, el eco de mis pasos llenando mi cráneo... Y sí, ya para ese entonces había poca tranquilidad.
Cuando por fin llegué a la puerta, todavía era temprano. Faltaban unos quince minutos. Expliqué a Mónica, la adscripta, que era practicante y me hizo pasar. Si algo marcó ese día fue el maravilloso recibimiento que tuve por parte de todos los integrantes del liceo con quienes tuve contacto.
Me senté en un banco a revisar los papeles que tenía que darle a mi profesora adscriptora (la titular del grupo, junto a la que haría mi práctica), porque, aunque me había dicho que la esperara en la Sala de Profesores, entrar ahí sola... ¡me daba vergüenza! Me sentía algo desubicada... Y recordaba lo que una profesora el año pasado nos comentaba: que en ese momento no seríamos ni estudiantes ni profesores, pero a la vez las dos cosas. Quería que llegara ya el momento de encontrarme con ella y no sentirme más una intrusa.
Tocó el timbre y me relajé un poco. La esperé en la puerta de la sala, y entré con ella. Ahí me presentó a algunos de sus colegas, cuyos nombres sería totalmente incapaz de referir, tal era mi estado emocional entonces. Y llegó la hora de entrar a la clase... Y no sé si estaba preparada. Solo sé que seguí a Virginia (mi profesora), y dejé que las cosas surgieran.
Antes de entrar, me dijo ella con cara muy seria: "ahora respirá hondo, y no te pongas nerviosa; entrá con la cabeza bien alta". A decir verdad me impactó que me lo dijera. Es decir, ellos están ahí para indicarte la postura que tenés que tener frente a la clase pero... el consejo me sonó más humano que didáctico, y fue reconfortante. Le pregunté dónde prefería que me sentara, si adelante o atrás, a lo que ella respondió que sus practicantes siempre se sientan junto a ella adelante, por un tema de postura. Y entonces me dijo que yo en la clase era igual que ella, y no puedo negar que la idea me hizo sonreír porque... ¿cómo yo, una practicante, más cerca del liceo que del título, iba a ser igual que ella, con tantos años de experiencia? Debo haber reflejado este pensamiento en algún gesto, porque me miró más seria todavía, y me dijo con mucha firmeza: "No te achiques. En serio". De más está decir que eso fue más que suficiente para que me permitiera relajarme y no mostrar toda la tensión y la guerra de sentimientos que para entonces se libraba en mi interior.
Era un grupo chico. Un segundo año. Pero parecían más chicos aun. Todavía veo sus caras de confusión cuando me vieron entrar, aunque la profesora ya les había dicho que estaría con ellos. De todos modos, después de que se ordenaron, me presentó a la clase y yo misma les conté de dónde era y cuántos años tenía (ellos creyeron que era mayor). Estar ahí parada, al frente de unos veinticinco ojos que te escanean por completo... no sé si es para cualquiera. Yo, que estoy convencida de que es esto a lo que quiero dedicarme, pensé que me iba a desmayar...
Estuvieron trabajando y de vez en cuando algunos ojos se desviaban de la profesora para clavarse en mí, que estaba apuntando lo que pasaba y los nombres de quienes participaban para tratar de memorizarlos (no soy buena en eso). En un momento uno de ellos, Juan, que desde que entré supe que iba a ser uno de esos cuyos nombres uno se aprende muy pronto, le preguntó a la profesora si yo no iba a decir nada. Y ella le respondió que qué iba a decir, si era mi primer clase. Entonces él comentó: "¡pero es re tímida, profe! Usted es más suelta..." Ella lo rezongó, que cómo iba a decir eso, y yo me reía, porque si bien suelo ser algo tímida cuando no conozco a las personas, suelo ser muy extrovertida. Es impresionante ver lo perceptivos que son.
La hora pasó muy pronto, y también lo hizo la segunda vez que fui. Eso siempre es bueno, porque significa que se disfruta. La verdad es que me sentí tan cómoda que cada vez que salgo de allí estoy deseando volver. Creo que me saqué la lotería. El grupo es hermoso, y la profesora, mejor de lo que pude haber imaginado. Ahora me toca a mí poner de mi parte para no desperdiciar esta oportunidad. Ya veremos qué sorpresas me esperan durante el año; por ahora, es momento de aprender tanto como sea posible y disfrutar de esta nueva etapa.
La entrada de hoy será muy breve, pero importante, al menos para mí. Hoy empezó oficialmente mi segundo año en el Instituto de Profesores Artigas. Es un año importantísimo, porque es el primero con prácticas obligatorias. Demás está decir que este hecho despierta tanta ansiedad como nerviosismo. Es una gran responsabilidad, algo desconocido para la mayoría de los que iniciamos la carrera, y a la vez, la antesala de lo que será por mucho tiempo nuestro quehacer cotidiano.
Educar debe de ser uno de los privilegios más grandes que existen. Hacerlo en una época como la nuestra, en un contexto social y político como en el que nos enmarcamos, es todo un desafío. Yo siento que nos rodea una incertidumbre muy grande... Quizás siempre fue así y yo como alumna no lo pude percibir... La cuestión es que cada día algo cambia, algo muta, algo adquiere nuevas facetas aunque sea levemente. Puede ser el entorno, o puede ser en nosotros mismos. Lo imprescindible, al menos a mi manera de ver las cosas, es no desesperar ante este perpetuo movimiento, sino aceptar y adaptarse a este, ya que es parte fundamental de la existencia. Tampoco es cuestión de dejarse llevar tanto que nos perdamos en el intento y que un día nos miremos al espejo y no reconozcamos al ser que se refleja en él. Todo es cuestión de encontrar nuestro lugar en el cambio, aceptando lo positivo y tolerando lo negativo.
Por lo demás, no me puedo quejar. El grupo es maravilloso, en su mayoría de mujeres de diferentes edades, todas notoriamente entusiasmadas por lo que hacen. No queda más que hacer que dar por comenzado el año, ya con el puntapié inicial, hacia ese maravilloso mundo que es el aprendizaje y la enseñanza.
Hoy estaba pensando en la mayoría de las cosas que he publicado en esta bitácora, y me dije: "oh, caramba, la gente que lee esto seguro que cree que soy una conformista..." En realidad hasta hoy no creí tener razones para preocuparme por eso. Pero capaz que por ser alguien que puede pasar horas y horas mirando cómo se mueven las hojas de los árboles contra un cielo limpio y azul, pero no se sorprende con los programas de televisióny a la que no le quita el sueño tener el celular último modelo con cámara de 20 megapíxeles y horno para pizza, puedo dar la imagen de que no espero nada de la vida.
Sinceramente, espero mucho de la vida. Solamente no creo que el éxito se mida en las posesiones materiales. De otra manera jamás hubiera elegido la carrera docente, ¿no? El hecho de que siempre esté señalando las cosas pequeñas de la vida surge como consecuencia de que es fácil encandilarnos con los anuncios en la tele, según los cuales no somos nada si no tenemos tal o cual cosa. Los mismos que promocionan un veneno como es el cigarrillo, so color de que sin ellos nunca tendremos novia o amigos. Está bien; si los que se creen el mensaje son felices, allá ellos. Yo no. Sé que hay mucho más que desear.
Tampoco sostengo que uno puede ser feliz sólo mirando pajaritos o las hojas de los árboles, porque también llega un momento en que eso aburre. Y a veces es poco relevante, como cuando no se tiene con qué comer, me imagino. No quito el valor que tienen las posesiones materiales, es que no creo que eso sea todo. Mirémoslo así: ¿es posible no ser rico y tenerlo todo? Bueno, eso dependerá en buena medida de aquello a lo que le demos mayor valor.
En mi caso personal, sé que sí. Sé que estar rodeada de buenos amigos y sentirse satisfecha con uno mismo son posesiones mucho más valiosas que cualquier cosa. También conllevan mucho más esfuerzo que las materiales -sería tonto creer que la estabilidad emocional, la familia, los amigos, la realización, los deseos de superación surgen por generación espontánea-. Pero al final, el efecto que tienen es mucho más duradero.
Pienso que ser conformista es no sentir el deseo de superarse. Jamás se me podría tildar de conformista. Mi meta es que mi camino nunca termine, porque todos los días se encuentra algo en que mejorar, algo en lo que se puede ser mejor. A veces conlleva beneficios económicos -ascensos, acceso a cargo de mayores responsablidades luego de cursos de expansión, etc-, pero en muchos otros casos la recompensa es únicamente la sensación de deseo realizado.
No deseo ser pobre, como nadie desea serlo. Sin embargo, la pobreza material siempre salta a la vista, mientras que la pobreza de espíritu está inyectada en la mayoría de las personas, tanto, que a pocos les interesa ser diferentes. No puede haber nada más lamentable que no tener un objetivo, una meta, algo por lo cual seguir luchando, y hay tantos en esta condición... Ojalá fuéramos más conscientes.
He tenido la maravillosa experiencia de aprender diferentes idiomas en mi vida. Soy hablante nativa de español, estudiante avanzada de inglés, y manejo alemán e italiano básico. Muchos de ustedes de seguro pueden tenerle miedo a esta experiencia (bah, "miedo" quizás es una palabra muy abarcativa, pero conozco gente que cree que no podría hacerlo). Mi propósito en esta entrada (un poco light quizás, para irla llevando; de todos modos aporta) es exponer algunas cuestiones que he observado a raíz de mi experiencia,y que espero los motive a dar ese paso que jamás lamentarán.
ayuda a encarar mejor los errores: equivocarse es parte del proceso natural del aprendizaje. Al asumir esto, es posible hacerlo extensivo a otros aspectos de la vida. La vida es un aprendizaje, ergo, equivocarse es esperable. También es esperable que poco a poco exista un superarse.
esa superación que mencioné en el punto anterior, produce una sensación magnífica de logro. Es maravilloso pararse, después de un tiempo lidiando con un idioma, y ver cuanto se ha progresado, a veces sin notarlo... ¡es tan gratificante!
permite conocer culturas diferentes. Este aspecto tiende a ser ignorado, aunque es tan importante como agregar nuevas palabras a nuestro incipiente léxico. Aprender un nuevo idioma es abrir las puertas de nuestra mente a un riquísimo caudal de costumbres, Historia, geografía y demás. Una lengua es un constructo social que refleja la idiosincracia de sus hablantes, por tanto, no aprendemos simples palabras, frases. Nos adentramos en años, en siglos de hechos que lo respaldan. Conocer otras costumbres, otras cosas que no son a las que estamos habituados, contribuye a nuestro pensar crítico, y bien aplicado, puede ayudarnos a ser más tolerantes. No salir jamás de nuestra burbuja es un error fatal; hay muchos medios para ampliar nuestros horizontes, y un nuevo idioma es sólo uno de ellos.
da la oportunidad de conocer otras personas. Si bien es posible aprender un idioma por libros o por Internet, no hay nada mejor que un clase, con compañeros reales y profesores reales, con situaciones comunicativas reales. Resolver dudas, probar nuestras aptitudes en tiempo real afianzan nuestra confianza y dan peso a nuestro aprendizaje. Y a veces, si tenemos suerte, los vínculos pueden perdurar en forma de amistad aún cuando el curso haya acabado...
ayuda a ser personas más independientes y disciplinadas. No basta con el tiempo que se pasa estudiando, ya sea del libro o en la clase. Es necesario dedicar tiempo para practicar de cualquier manera, y la búsqueda de recursos es totalmente nuestra responsabilidad. Hace falta un poco de dedicación, imaginación quizás, y los resultados pueden ser asombrosos.
nos enseña mucho de nuestra propia lengua. Es inevitable comparar, sobre todo al principio, los nuevos conocimientos con las estructuras que ya traemos de nuestro idioma natal. A raíz de esto podemos hacer hallazgos sorprendentes sobre las posibilidades que este último nos da. A veces por poder resumir algo que el nuevo idioma vuelca en muchísimas palabras, o viceversa. Quizás porque notamos que en realidad esa palabra no existe para nosotros. O tal vez porque en nuestro nuevo idioma no encontramos equivalente para tal o cual término. Ahí empieza el camino, cuando hay que usar el ingenio para decir lo mismo en nuestra segunda lengua. Y ahí también empezamos a dejar de traducir, y poco a poco pensamos en nuestro nuevo idioma. Eso es fantástico.
Por supuesto que estos son apenas seis beneficios de emprender la ardua lucha contra caudales de vocabulario y estructuras que en más de una ocasión nos darán grandes dolores de cabeza. Pero al final quedan los buenos recuerdos y la sensación de batalla ganada. Y lo mejor, ese aprendizaje puede extenderse mucho tiempo; siempre hay algo nuevo que aprender.
Probablemente me salté alguna razón de peso. Si quieren descubrirla, ¿por qué no buscarla por ustedes mismos?
Ante diversas circunstancias la gente hace uso de esa gastada frase, "nací de nuevo". Seguramente pensemos en cosas grandes, como un accidente o cualquier cosa que haya puesto la vida al borde del fin. Cuando vemos los infinitos ojos de la Muerte en persona y le suplicamos un instante más de vida.
Debe ser inexplicable la sensación de estar a punto de perderlo todo y volver para contarlo. Ahora... creo que experimentamos eso más seguido de lo que creemos.
Como mencioné anteriormente, cada persona es dueña y guardiana de su mundo interno. Cuando él peligra, su guardián también lo hace. ¿Qué es ese mundo sino todo nuestro caudal de experiencias, anhelos, deseos, sueños...?
Yo estuve a punto de perderlo todo en muchas ocasiones, una de ellas recientemente, por mi culpa, por no querer darme cuenta de que estaba en peligro, de las amenazas, que eran a la vez mis propios defectos. Uno nunca quiere reconocer los defectos, pero lo cierto es que si uno no los controla... se vuelven contra todo lo que amamos. Y cuando miramos atrás nos damos cuenta de que ya no hay forma de recobrarlo.
Duele pelear contra uno mismo. Es la pelea más dura que la vida nos depara, porque es menos frecuente que reconozcamos en nosotros un peligro o amenaza. Pero es una lucha en la que no tiene porqué haber derrotados. Nos da la oportunidad de conocernos y crecer, ser mejores. Eliminar las trabas que sin querer nos ponemos. Al fin y al cabo, no hay mayor aliado o enemigo que uno mismo. Somos nuestros propios verdugos, o nuestros propios mesías. Todo depende de qué deseemos.
Cuando la pelea concluye (momentáneamente; la vida es un batallar constante), empezamos a ver todo con otros ojos. Cosas que antes pasaban desapercibidas, gestos, abrazos, miradas, besos, palabras... objetos y seres animados, cobran un valor supremo. Ya nada es lo mismo, porque nosotros no somos los mismos. También depende de nosotros decidir si eso es bueno o malo.
La luz, la libertad que sobreviene luego de tan ardua batalla es como respirar aire puro por primera vez después de un larguísimo encierro. Es como volver a nacer.
No creo ser la única persona en el mundo que disfruta de la buena literatura. Esos que te transportan, que te hacen sentir parte de un mundo paralelo. Pero no “dan la sensación”; se VIVE.
Seguramente por eso es que la vida cotidiana parece tan aburrida e insípida al soltar el escrito. Uno lamenta no poder ser aquella hermosísima guerrera medieval, o aquel adolescente con poderes arácnidos, o como quiera que sea nuestra historia predilecta. Se siente como que viviéramos en un constante día nublado, gris por entero, sin gracia. ¿Nadie se ha sentido así, con ese sinsabor al observar la realidad fuera del libro?
Entonces me pregunto, ¿realmente desearía que mi vida fuera así? Bueno… supongo que muchos sí lo harían. Yo misma lo hacía hasta que me puse a pensar en algunas cuestiones que siguen la filosofía de “hazlo tú mismo” que, simplificando muchísimo, es la que sustenta este espacio.
Toda historia maravillosa lo es porque tiene a alguien decidido a escribir. Seguramente ese alguien no sea un ermitaño que se encierra frente a la computadora, tabla digitalizadora, cuaderno o lo que sea a escribir o dibujar (sea libro o comic o novela ilustrada ese escrito que nos hace soñar despiertos). Es probable que sea una persona como nosotros, con obligaciones, familias y sucesos que cambian sus planes de pronto. Quizás tenga otro trabajo además de ese que recibimos en nuestras manos. No sabemos. Lo que sí sabemos es que a pesar de todo eso se tomó el trabajo de dedicar tiempo a pensar, a diseñar mentalmente, a plasmar y corregir, compartir y consultar con otros… A veces vemos solamente el resultado e ignoramos todo lo que hay detrás, lo que lo hace ser.
Nosotros vivimos nuestra propia historia cada día. Somos los protagonistas de un libro cuyo principio empieza siendo escrito por otros, como los padres, hasta que de repente, nos ceden el lápiz y es nuestro turno de decidir en qué queremos que resulte. Podemos pensarnos como una persona vulgar que se levanta cada día a trabajar y vuelve a su casa, o podemos verlo como algo más grande. Cada día peleamos con nuestros propios monstruos, rescatamos nuestras damiselas en apuros, conocemos a nuestros encantadores galanes (aunque tengan defectos y sus alientos no huelan a rosas). Cada día es un nuevo capítulo que podemos manejar a nuestro antojo. No somos personajes siguiendo los caprichos de un escritor resentido; somos jinetes galopando a través de las páginas ondeando nuestros estandartes, peleando por defender nuestros ideales, a veces tratando de movernos con valores que para este mundo ya no valen nada, como lo haría Don Quijote, por ejemplo. Lo cierto es que de alguna manera, cada noche, antes de dormir, hemos o no salvado el mundo. Nuestro mundo. Entonces, podemos quedarnos con esa melancolía barata de querer ser un héroe y no poder, o podemos pelear una guerra aún más dura: la de ser un héroe cada día en nuestra vida personal, frente a cosas que la gente resolvería mediocremente. Necesitamos más fantasía en nuestra vida real. No podemos permitir que toda nuestra vida sea un bosquejo, un día gris. Necesitamos una pizca de algo que la haga brillante, interesante, sin importar cómo lo vean los otros. Necesitamos lamentar menos y actuar más.
Nothing but the process is infinite (Colossus - Borknagar)
Algunos de ustedes quizás hayan notado que he cambiado mi nombre de usuario en este blog, otrora Verónika, a Lady V. Podría haber parecido una cuestión injustificada, azarosa. Pero en realidad lo hice para resaltar el fin de una etapa que para mí fue importante. Con todo, no es mi intención hacer de esta entrada algo enteramente personal, de modo que, a partir de mi experiencia intentaré extraer una lección más global.
Hay sucesos en la vida que a uno lo marcan de diferentes maneras. Sobre todo cuando estas cosas pasan en los maravillosas pero difíciles años de la adolescencia. Uno intenta por todos los medios creer que no es uno el que está viviendo eso, simplemente porque luce muy duro de sobrellevar, como si las fuerzas fueran a fallarnos en algún momento, y sólo vemos allí el foso al que el Hado amenaza con arrojarnos. Para un adulto suelen ser tonteras; para nosotros son montañas. Es simple, no siempre se cuenta con la madurez necesaria para afrontarlo. Casi nunca. Nos vemos obligados a crecer de golpe y, en muchas ocasiones, sentimos que nuestra esencia se pierde. Eso tiene algunas complicaciones cuando, en realidad, no hemos terminado de definir qué esencia es esa… Queremos ser iguales y a la vez, totalmente diferentes. Estos contrarios no son difíciles de aliar en la adolescencia: dentro de los parámetros de la gente de nuestra edad, algo nunca visto, o, al menos, algo que rompa con todo lo que se espera de nosotros. A menudo esto no es del todo posible por el ambiente o la manera en que fuimos criados, así que al menos en nuestro interior surge ese mundo que se alza como nuestro ideal, el oasis, el remanso de paz dentro de nuestras vidas cotidianas.
No obstante, ese lugar es íntimo, nadie tiene derecho a entrar. Por eso, solemos formar esa coraza protectora que es lo que todos conocen, por lo que nos juzgan y eso de lo que estamos orgullosos. Es como si fuera la caballería de nuestro propio reino, lo que hace que los demás retrocedan y ni siquiera se atrevan a preguntar en qué pensamos o qué sentimos, como si una fuerte ráfaga de viento los empujara constantemente en la dirección contraria; a veces siguen luchando hasta entrar, pero la mayoría de la gente desiste tras un espacio de tiempo. A veces -la mayoría de las veces- escondemos lo que somos a través de una capa de invulnerabilidad, de el “no me importa nada”… de muchas cosas. De agresividad, ira… Y no notamos que termina perjudicando todo alrededor. Cuando notamos el error, vemos a mucha gente amada lejos de nosotros, y peor aun, un día te miras al espejo y no puedes creer en lo que te has convertido. Si se tiene suerte, siempre hubo y habrá un ser especial (a veces más de uno), incondicionales, dispuestos a ayudarte. Y por eso es que uno decide hacer el sacrificio, bajar la guardia y dejar por fin que otros ingresen, nos conozcan, descubran facetas reales de nuestras vidas. Las cosas que hemos sufrido en silencio, las razones por optar por esa coraza, terrible para los demás y pesadísima para nosotros mismos, las cosas que sentimos, deseamos, pensamos… En fin, dejamos ver que no somos todopoderosos sino simples mortales que necesitamos de otros para ser felices, aunque hayamos pasado mucho negando este principio fundamental. Entonces nos damos cuenta que no es tan terrible. Claro, este rompimiento siempre se da luego de un fuerte golpe, y aunque no es negativo, tarda en sanar. Hemos pasado tanto tiempo allí dentro que cuesta salir y empezar a entendernos a nosotros mismos. Al final nosotros también nos compramos la versión pirata de nosotros mismos, y es difícil luego desecharla y construir la original. Los residuos quedan; es terrible la lucha contra la negatividad, la ira injustificada y los malos tratos a los demás. Porque nunca antes la hemos combatido, fue mucho más sencillo disfrazarla. Hay muchos obstáculos. Pero el lado bueno es que ya no hay porqué seguir solos.
Hace pocos meses me he podido empezar a desprender de ese “yo” que vendía a los demás. Estoy lista para seguir adelante. No lamento haber desperdiciado años simplemente porque no lo veo como un desperdicio sino como un aprendizaje. Además, la gente que me conoció así y de todos modos me acompañó tiene mi lealtad eterna y la certeza de que todo lo que vendrá será mejor. ¿Por qué Lady V? Sólo un apodo nuevo dado por un amigo nuevo, el primero de esta nueva etapa. Se lo merece.
Mi único consejo esta vez es… No tengan miedo a ser ustedes mismos. El temor a ser lastimados no se compara al horror de tener que fingir, y la incertidumbre de, una vez que el disfraz falla, darse cuenta de que ni siquiera se sabe quién es uno. No hay como la libertad de encontrar la propia esencia. Los demás no importan; nunca va a faltar el amargado o el pesimista con sus opiniones sin sentido. Pero ellos aún no saben lo que les espera.
En la vida de todos y cada uno de los habitantes de este planeta hay momentos en los que uno se siente parado en una roca, en medio de una tormenta, sabiendo que la muerte es inminente, donde todo es tan oscuro y sórdido que la sola idea de divisar una luz en el horizonte, un ser dispuesto a rescatarlo a uno, es simplemente irrisoria.
Ahora bien, cuando hablamos de nuestras emociones, hablamos de algo más complejo y a la vez más simple que la situación que mencioné. Más compleja, porque el mar es siempre uno solo, y las tormentas siguen a menudo un patrón predecible. Las emociones son un torbellino que lo abruman a uno de diferente manera en cada ocasión, y no hablemos ya de que cada ser humano interpreta un mismo estado según su caudal vivencial.
Pero a la vez es más sencillo... Porque visto de afuera, a veces nuestra tormenta no es tan peligrosa. Y aunque no querramos verlo, hay personas dispuestas, ya a sacarnos de la piedra, o a acompañarnos hasta que nos sintamos suficientemente valientes como para nadar por nosotros mismos.
Entonces, cuando la tormenta se aclara... Uno descubre que quizás la persona que se paró a su lado, y se plantó con firmeza muy a pesar de que uno cuando está agobiado no es quizás lo que se dice "agradable", es aquel que menos nos imaginábamos... Claro, hay amigos que siempre están, pero las amistades que uno forja en una crisis son, si uno sabe cuidarlas y mantenerlas, las más valiosas. Por un lado, porque, sinceramente, alguien capaz de resistir cada transición emocional hasta recuperar el equilibrio es, en esencia, capaz de soportar otras cosas. Y en segundo lugar, porque uno siente una deuda que no es una carga, sino un privilegio... Una deuda cuando es con un amigo nunca es una carga. Es algo que se asume como natural, y que no se desea saldar nunca... ¿Quién podría terminar de pagar lo impagable? ¿Quién desea no deberle nada a un amigo? Sobre todo, cuando lo que esa persona ha hecho por nosotros es supremo, aunque él nos mire con los ojos grandes sin comprender exactamente qué ha hecho...
Yo me siento en deuda. Una deuda que he asumido con todos mis amigos, y que no deseo saldar nunca. Pues mi paga por tal fidelidad es mi confianza y mi afecto.
Todo en el Universo se sustenta a través de cambios. La Tierra no es un ente estático aunque no lo notemos. Las horas que pasan y los cambios de estación son sólo algunas pruebas de su movimiento. Por su interacción con otros cuerpos también móviles, vemos espectáculos maravillosos como la Luna llena, un vibrante atardecer rojizo, Venus mostrándose como una brillante esrella en la claridad celeste blanquecina del amanecer... La aurora boreal en los lugares más fríos y recónditos del planeta...
También los animales cambian. El ejemplo más viejo y gastado, pero a la vez más gráfico, es el de la mariposa, la cual pasa de ser un gusano a una hermosísima criatura que nos deslumbra.
¿Y qué hay de nosotros? Bueno, también cambiamos. Nos adaptamos a nuestro medio y todas esas cosas que nos enseñan los libros de biología. Pero hay cambios que en realidad no determinan nuestra supervivencia tanto como la adaptación, aunque sí nos diferencia de los animales que también lo hacen. Vivimos cambios a nivel de nuestra personalidad, de nuestro conocimiento, de nuestro círculo social... Y estos no siempre se dan porque nosotros los provoquemos. Otras veces nosotros nos resistimos a cualquier tipo de cambio porque no nos interesa, o porque nos da miedo, o por comodidad...
Ahora bien, ¿existe un punto medio? Si partimos del precepto tan popular de "todos los extremos son malos", no es saludable no cambiar nunca, tanto como no lo es estar en perpetuo cambio.
Pero, a la vez, son actitudes que se ven diariamente en la gente. Gente que se niega a intentar mejorar, a perseguir algo mejor. Y por el otro lado, gente que nunca termina de estabilizarse, a la que nunca terminamos de conocer. Y, ¿verdad que cualquiera de estas son insoportables?
Siempre hablamos del equilibrio, pero el equilibrio es algo muy subjetivo. Quizás lo que para mí representa no sea aplicable a otros y está perfecto, porque sería terrible vivir en un mundo donde todos fuéramos exactamente iguales. No es mi intención dar un sermón acerca de cómo encontrar el equilibrio, simplemente considero que es necesario que todos abramos los ojos y nos demos un tiempo para buscarlo.
No siempre podremos evitar que los amigos se alejen de nuestro lado, pero tratemos de que si lo hacen, no sea porque nosotros los empujamos.
No siempre es posible tener todo lo que se quiere, pero sí se puede valorar todo lo que sí se tiene.
No siempre se pueden lograr todos los sueños que uno tenía cuando era pequeño -yo, por ejemplo, quería ser astronauta-, pero sí es fundamental no perder la ambición (la ambición sana de superarse, claro está).
No siempre se pueden mantener sanas y salvas las relaciones en la familia, pero siempre se puede dar algo de uno mismo para que no empeoren y estén lo mejor posible. Al fin y al cabo, son y serán siempre nuestra familia, y aunque sea la que nos toque, está en nosotros elegirla cada día.
No siempre se va a dar con la pareja perfecta, pero eso es cosa de dos, y a veces el cambio empieza por uno.
No siempre la realidad será como la soñábamos, pero nadie dice que nos tenemos que conformar con ella.
Y finalmente... no siempre será fácil el camino a la felicidad. Pero el único obstáculo en él es uno mismo. Que nada te detenga, solo sigue corriendo.
Los hay de todos los tamaños, los colores y las formas. Los hay blancos y negros, nuevos o antiguos. Hay algunos que han estado allí todo el tiempo; otros se forman bajo las más adversas circunstancias. Parece que son más hermosos cuanto más se erosionan... Están los que brillan siempre, con ese fulgor cristalino que a uno lo maravilla, y están esos otros por los que uno no daría ni un centavo, y luego, a medida que se lo trabaja, el resultado es sorprendente. Parece que hablo de diamantes, pero no, hablo de algo mucho más valioso, y por lejos, en mayor peligro de desaparecer: los amigos sinceros. Los que te da la vida, o los que descubrís dentro de tu familia, todos, brillando con su esplendor único y distintivo. Todos te aportan algo. Todos te enseñan. Todos te maravillan, como los diamantes, sin importar su apariencia física. Porque en esencia, son parte de uno mismo.
También están los que no son amigos, sino compañeros, y te los has cruzado en algún momento por cosas de la casualidad, y, con todo, siempre has salido más refinado de entre ellos.
Por eso creé este post, para homenajear a todos los diamantes que siempre han estado conmigo, en diversas circunstancias. Lo creé para darles las gracias y para pedirles perdón por las veces que no los he sabido apreciar. Sólo me resta decirles que nunca, nunca dejen de resplandecer con ese brillo especial que es único de ustedes.
GRACIAS POR TODO...
(Bueno, todo perfecto no podía salir, jaja. Por motivos de copyright YouTube no admite la pista de audio, así que van a tener que dar click abajo mientras ven el video hasta que lo pueda solucionar... perdón).
(Se solucionó, pero no sé si será permanente, así que, por si acaso, dejo el link de GoEar!!)
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Poprocks and Coke (traducción)
A donde vayas
sabes que allí estaré
si te vas lejos
sabes que allí estaré
Iré a donde sea
Así que nos vemos entonces
Tu di el lugar
sabes que allí estaré
Tu di la hora
sabes que allí estaré
Iré a donde sea
Así que nos vemos entonces
No me importa si a ti no te interesa
Yo estaré allí, no muy lejos
Me atreveré
Tenlo presente:
estaré allí para ti.
Donde hay verdad
sabes que allí estaré
Entre las mentiras
sabes que allí estaré
Iré a donde sea
Así que nos vemos entonces.
No me importa si a ti no te interesa
Yo estaré allí, no muy lejos
Me atreveré
Tenlo presente:
estaré allí para ti.
Si debes caer
sabes que allí estaré
Para atender la llamada
sabes que allí estaré
Iré a donde sea
Así que te veo entonces
No me importa si a ti no te interesa
Yo estaré allí, no muy lejos
Me atreveré
Tenlo presente:
no me importa,
estaré allí para ti;