miércoles, 9 de febrero de 2011

Tempestad







En la vida de todos y cada uno de los habitantes de este planeta hay momentos en los que uno se siente parado en una roca, en medio de una tormenta, sabiendo que la muerte es inminente, donde todo es tan oscuro y sórdido que la sola idea de divisar una luz en el horizonte, un ser dispuesto a rescatarlo a uno, es simplemente irrisoria.

Ahora bien, cuando hablamos de nuestras emociones, hablamos de algo más complejo y a la vez más simple que la situación que mencioné. Más compleja, porque el mar es siempre uno solo, y las tormentas siguen a menudo un patrón predecible. Las emociones son un torbellino que lo abruman a uno de diferente manera en cada ocasión, y no hablemos ya de que cada ser humano interpreta un mismo estado según su caudal vivencial.

Pero a la vez es más sencillo... Porque visto de afuera, a veces nuestra tormenta no es tan peligrosa. Y aunque no querramos verlo, hay personas dispuestas, ya a sacarnos de la piedra, o a acompañarnos hasta que nos sintamos suficientemente valientes como para nadar por nosotros mismos.

Entonces, cuando la tormenta se aclara... Uno descubre que quizás la persona que se paró a su lado, y se plantó con firmeza muy a pesar de que uno cuando está agobiado no es quizás lo que se dice "agradable", es aquel que menos nos imaginábamos... Claro, hay amigos que siempre están, pero las amistades que uno forja en una crisis son, si uno sabe cuidarlas y mantenerlas, las más valiosas. Por un lado, porque, sinceramente, alguien capaz de resistir cada transición emocional hasta recuperar el equilibrio es, en esencia, capaz de soportar otras cosas. Y en segundo lugar, porque uno siente una deuda que no es una carga, sino un privilegio... Una deuda cuando es con un amigo nunca es una carga. Es algo que se asume como natural, y que no se desea saldar nunca... ¿Quién podría terminar de pagar lo impagable? ¿Quién desea no deberle nada a un amigo? Sobre todo, cuando lo que esa persona ha hecho por nosotros es supremo, aunque él nos mire con los ojos grandes sin comprender exactamente qué ha hecho...

Yo me siento en deuda. Una deuda que he asumido con todos mis amigos, y que no deseo saldar nunca. Pues mi paga por tal fidelidad es mi confianza y mi afecto.

¿Quién querría dejar de dar eso a otros?

Muy especialmente para Leo (mr. V), 
por no dejarme en la roca aun siendo una extraña.

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