lunes, 8 de febrero de 2016

Un nuevo viejo camino



Salté del asiento con la necesidad incontenible de escribir algo que desconozco todavía. Sin pensarlo, o antes de darme cuenta, puedo ver los arabescos color gris grafito apareciendo sobre las rayas celestes de la hoja, y sentir el rítmico "tris-tris-tris" de la punta -sonido que siempre me ha resultado placentero, incluso estando en exámenes- que se desliza en piloto automático, porque no lo estoy pensando. "Quizás al rato lo pase al blog, que hace mucho que no lo toco" pienso (aunque el sonido de las teclas no es tan satisfactorio como el de un lápiz desangrándose en aras de ideas que apenas quieren parecerse a algo). Tengo la piel pegajosa porque hay mucha humedad y no se digna a llover. ¿Es ese un buen tema para un cuento? Dios, las ganas de escribir son como un gato furioso que me revuelve el pecho buscando una salida que no encuentra, una que se adapte a sus sinuosas formas todavía inexistentes
.
Antes se me hacía muy fácil; creo que era la práctica. Es cierto que escribía estupideces, niñerías que a mí en aquel entonces me parecían geniales. Sin embargo, escribía. Muchísimo. Recuerdo la vez que mi madre me dejó faltar a la escuela porque había pasado la noche despierta escribiendo...

No pretendo vivir de esto o volverme famosa, pero así como a veces la bestia de la música me tortura si no canto hasta cansarme, ahora me lo exige la de la escritura, y uno no puede simplemente contrariar ni desoír a sus bestias internas.

Me duele la muñeca y no puedo detenerme porque, aunque no sacia al animal, al menos lo distrae un poco.

Creo que acabamos de comenzar un viaje...

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