lunes, 13 de septiembre de 2010

Omnes vulnerant, ultima necat

Y así pasan.

Así pasan los segundos, los minutos, las horas... días grises, semanas agrias, meses duros...

...y uno en realidad no siente que nada cambie.

Es que uno decide cuándo llega su hora; la hora de replantearse cosas, la hora de conocerse realmente y darse a conocer al mundo como un ser auténtico -¿acaso se puede hacer eso en realidad?-.

Francamente, nunca lo había pensado.

Entonces ahora me veo sumida en un agobiante mar de pensamientos, ideas, proyectos (algunos truncos y otros que en su momento lo estuvieron y hoy se aparecen ahí, dirigiéndome muecas provocativas desde un horizonte que se vislumbra cada vez más turbio, más lejano)... 

Gente que va, gente que viene, gente que está, gente que deseo que esté y no sé cuánto más va a aguantar; gente que quise que estuviera en su momento, que ahora está y no sé cómo voy a retenerlas conmigo (acá pienso que en realidad nadie puede retener a nadie...); más que nada, ahí estoy yo. Un yo nuevo, un yo que no termino de entender. ¡Si sólo supiera qué es lo que espera de mí! Me tienta... siento que me tiende su mano para luego dejarme caer en ese charco del que intento salir, nadando, braceando, pataleando, no sin lágrimas y suspiros... y de la nada, frías garras quieren sumergirme y no, yo no quiero, no me doy por vencida así, no está en mi naturaleza -¿qué es eso que llamamos naturaleza? ¿Es innato? ¿No? Y si no... ¿acaso no tendré que perder eso también?-.

¿Qué se supone que haga, si siento que sin importar el camino, el abismo se yergue, imbatible, ineludible? Y uno encuentra todos los fantasmas alrededor: amigos, familiares, enemigos... pensamientos, errores, decisiones tomadas -fallidas y acertadas-, por tomar y también de esas que uno se resistirá a tomar (olvidando, al fin y al cabo, que ninguna decisión queda, a la postre sin resolverse, porque de lo que uno no se encarga en persona, la vida lo decide y generalmente de la manera más dolorosa). ¿Se debería escuchar las voces de esas entidades? ¿O se supone que se transite guiándose solamente con la intuición? Porque se me hace muy parecido a entrar a un bosque peligroso sin nada con que defenderse.

¿Qué hace uno frente al enemigo más grande, el tiempo, que fluye inmisericorde, trayendo miles de cosas consigo, cual jinetes de un Apocalipsis individual? ¿Lo combatimos? ¿Dejamos que nos arrolle sin más?

Creo que lo supe tener muy claro.

Los esquemas se rompen como se rompe la piel reseca, dejando al descubierto la carne latente, sensible; los esquemas que te protegían, de repente se abren y te dejan indefensa ante un mundo furioso, hambriento, que se deleita en desflorar a las almas vírgenes.

¿Acaso es el destino de todos volverse seres insensibles, despreciables y asquerosamente conformistas? No, no lo creo. La muerte es preferible a eso.

Hoy veía una pareja de pájaros parada en distintas ramas de un mismo árbol apenas reverdeciente; claro está, en medio de todo el metal y el asfalto cabe preguntarse si no habré sido la única que lo vio. Y de repente, me pregunto eso respecto de todas las cosas: ¿soy acaso la única a la que le sorprenden las cosas? ¿La única que reflexiona en esto? ¿La única que dedica mil y un copos de nieve con forma de caracteres del idioma español a estas "necedades"? Dios quiera que no.

Mi mente se reestructura. Sé que es normal este sentimiento, pero no quisiera estar viviéndolo. Es terrible verse en el borde de la cornisa de su propio mundo. Pero la verdad es que esta niña, una vez tan segura, tan firme, ya no sabe qué quiere o siquiera quién es -más allá de las cosas que podríamos llamar "burocracias de la vida" (elección de una carrera, por ejemplo). 

Y capaz que en realidad no lo supo nunca.

De repente se avizora un camino. Pero da miedo meterse en él.

Es que todo parece solitario y oscuro para los que pierden la claridad mental.

jueves, 2 de septiembre de 2010

¿Quién es uno en realidad?

"(...)Sólo aquello que eres has de ser
y aquello que no eres, no.
Así, en el mundo, tu modo sutil,
tu gracia, tu bellísimo ser,
serán objeto de elogio sin fin (...)" - - - E. A. Poe

Si yo dijera en este momento: "vivimos en mundo donde lo más importante son las apariencias", ¿alguien me lo discutiría?


Hace un tiempo, en clases de estilística, mencionamos como un elemento de la retórica al Principio de Verosimilitud, donde que algo parezca real es más valioso que si es real al fin. Y en cierto modo, al mundo le gusta eso; en líneas generales, nos apresuramos mucho a juzgar en lugar de detenernos a conocer a la persona. Nuestro estilo de vida nos lleva a tal ritmo que creemos que con un sólo vistazo es suficiente, ya que no hay tiempo que perder.


Y de esta manera dejamos quién sabe cuántas posibilidades de ser felices, de conocer gente que puede cambiarnos la vida, de tener empleados que rindan y demás, porque hubo algo que no nos gustó y ese simple detalle ya lo descalificó.


Lo mismo sucede a la inversa: si vemos a alguien sonreir damos por sentado que ese alguien tiene que estar feliz. ¿Por qué razón sonríe alguien si no? Y claro, nunca pensamos qué estará pasando por la mente de esa persona en realidad.


Y es que estan fácil crearse una máscara...


Muchas veces estas son simples productos de las exigencias de nuestra vida cotidiana. Uno es un actor dentro del gran escenario del mundo; salimos del papel de hijos a representar el rol de estudiantes, o el de trabajadores, o el de pareja, de padre, madre, amigo y así una infinidad de papeles que muchas veces interactúan entre sí en un mismo marco geográfico y temporal. Es cierto que todo esto conforma lo que somos, pero... ¿es esto TODO lo que somos, todo lo que estamos "destinados" a ser?


Además -y yendo a un punto más subjetivo- hay situaciones que lo obligan a uno a adoptar determinadas posturas que al principio son forzadas, duelen. Pero al final uno se acostumbra tanto que es difícil el desarraigo. Cuando uno se tiene que hacer el fuerte, el duro, el imperturbable, el todopoderoso, el omnisapiente, se corre peligro de terminar engañando a la persona menos indicada: uno mismo. Uno pierde esencia, y paradójicamente, pierde control sobre uno mismo.


En alguna ocasión tuve que hacer de tripas corazón y volverme "la fuerte". Claro, era muy niña para saber lo que realmente estaba haciendo. Y al crecer me vi hasta en la imposibilidad de expresar mis sentimientos, cuando esto hubiera sido más que necesario. Esto le genera a uno un vacío emocional tan fuerte... que parece que nada lo podrá llenar alguna vez.


Si pudiera volver el tiempo atrás, me hubiera dejado llevar un poco más. A lo mejor no está tan bien como uno cree querer tener el control sobre todo. Creo que también me hubiera permitido llorar más; y es que ser fuerte no es no llorar nunca, sino aprender a hacerlo cuando es necesario. 

Vivimos demasiado pendientes de la imagen que queremos vender como si realmente hubiera gente interesada en comprarnos. Tanto es así que olvidamos una verdad fundamental: así como una persona que intenta vender una obra de arte no la altera porque piensa que nadie la querrá por muy triste, muy lacónica, muy colorida, sino espera pacientemente al mejor postor, ese que la querrá tener por lo que muestra, porque se identifica con ella, es manteniendo nuestra esencia a pesar de los golpes, las caídas y las evoluciones propias de la vida que vamos a asegurarnos de que quienes nos rodean son sinceros, y que nos quieren por quienes somos realmente, no por quienes pretendemos ser.


Al fin y al cabo, son estas personas las únicas merecedoras de los cambios que voluntariamente hagamos. Estas, y nosotros mismos; con defectos y virtudes, pero auténticos.


Creo que no puede haber satisfacción mayor.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Recuerdo


Pocas veces tiene uno el privilegio de encontrar a alguien con quien se entiende de verdad. Una de esas personas con las que existe un vínculo, no de amor, pero sí tan resistente que, puede pasar todo el tiempo que quiera, y este persiste, inalterable.

Una de esas personas que no juzga, y sólo escucha. A veces sin tener un consejo a flor de labios, ni la palabra justa, ni la mirada adecuada, ni la capacidad de dar un abrazo. Y es que no siempre es necesario; la mayoría de las veces, el simple hecho de saber estar es lo que hace que uno valore tanto a ese ser.

Yo tengo una amiga así.

Esta amiga llegó de la forma más común: en el liceo, compartíamos clases, amigos en común, etcétera, etcétera. Cosas que pasan cuando una es una niña de doce años con un mundo nuevo al que entrar medio a tientas. Entre idas y vueltas fuimos tejiendo una amistad tan bella que no había el menor temor de decir lo que fuera y cómo fuera; yo siempre fui un poco más pudorosa, pero ella no. Creo que nunca conocí ni conoceré a alguien así. A ella le debo muchas cosas... Cosas grandes, muy grandes y significativas. Más que nada, los empujones que me dio para que cobrara valor para hacer algunas cosas de las cuales me hubiera arrepentido toda la vida, en caso de haber sido diferentes. La incondicionalidad. La paciencia. Y por sobre todas las cosas, el perdón y la nueva oportunidad en un momento en el que me porté terriblemente mal con ella.

Más de un año me costó obtener esto último. Más de un año y miles de sentimientos encontrados: rabia, miedo, desazón, desconcierto...

No todas las personas en el mundo me merecen tanta lucha.

En muchas ocasiones sentía que tal vez no debía insistir, que iba a ser peor, y todas esas cosas que, cuando una persona es hasta casi por demás racional, se nos cruzan por la mente en más de una oportunidad.

Lo que pasa es que fueron ellas -esta persona y algunas otras- las que me enseñaron a ser así, medio cabeza dura; cuando cumplí 16 años, en el 2007, ella me regaló un poema cuya última frase rezaba de la siguiente manera: "SIGUE TU META HASTA LLEGAR AL FIN".

¿Y es que tenía el derecho de llevarle la contraria? No...

Y así fue como, de a poco, casi eternamente, fuimos retomando cosas perdidas que al salir de nuevo a la superficie tenían esa deliciosa vitalidad de la primera vez. Es un placer poder tener de nuevo algo que por mucho tiempo se consideró perdido. Esa sensación de haber corrido kilómetros para obtener un premio: no importa cuán cansado estés al final o cuántos obstáculos hayas tenido que sortear para llegar ahí. Lo único que vale es el momento, el poder estar para vivir esa gloria.

Así sigue esta historia que, afortunadamente, no tiene desenlace. Hablamos (es maravilloso sentir esa complicidad inocente de adolescencia cuando uno ya está saliendo de ella), nos reímos... El otro día hasta me tocó llorar por teléfono con ella escuchando...

Y es por eso que no tiene desenlace: porque la amistad es un camino de ida, una página en blanco. Uno entra en ella, y es su responsabilidad seguir. Uno escribe en ella con la certeza de que no siempre se van a poder evitar los errores, y mucho menos, que queden marcas cuando se los intenta reparar.

Sin embargo, las obras maestras se escriben mediante el fallo y la corrección; y al final, eso es lo que menos vale.

A Jesica Morales,
mariposa capaz de afrontar los fríos más duros
con su incansable vuelo primaveral.

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