miércoles, 1 de septiembre de 2010

Recuerdo


Pocas veces tiene uno el privilegio de encontrar a alguien con quien se entiende de verdad. Una de esas personas con las que existe un vínculo, no de amor, pero sí tan resistente que, puede pasar todo el tiempo que quiera, y este persiste, inalterable.

Una de esas personas que no juzga, y sólo escucha. A veces sin tener un consejo a flor de labios, ni la palabra justa, ni la mirada adecuada, ni la capacidad de dar un abrazo. Y es que no siempre es necesario; la mayoría de las veces, el simple hecho de saber estar es lo que hace que uno valore tanto a ese ser.

Yo tengo una amiga así.

Esta amiga llegó de la forma más común: en el liceo, compartíamos clases, amigos en común, etcétera, etcétera. Cosas que pasan cuando una es una niña de doce años con un mundo nuevo al que entrar medio a tientas. Entre idas y vueltas fuimos tejiendo una amistad tan bella que no había el menor temor de decir lo que fuera y cómo fuera; yo siempre fui un poco más pudorosa, pero ella no. Creo que nunca conocí ni conoceré a alguien así. A ella le debo muchas cosas... Cosas grandes, muy grandes y significativas. Más que nada, los empujones que me dio para que cobrara valor para hacer algunas cosas de las cuales me hubiera arrepentido toda la vida, en caso de haber sido diferentes. La incondicionalidad. La paciencia. Y por sobre todas las cosas, el perdón y la nueva oportunidad en un momento en el que me porté terriblemente mal con ella.

Más de un año me costó obtener esto último. Más de un año y miles de sentimientos encontrados: rabia, miedo, desazón, desconcierto...

No todas las personas en el mundo me merecen tanta lucha.

En muchas ocasiones sentía que tal vez no debía insistir, que iba a ser peor, y todas esas cosas que, cuando una persona es hasta casi por demás racional, se nos cruzan por la mente en más de una oportunidad.

Lo que pasa es que fueron ellas -esta persona y algunas otras- las que me enseñaron a ser así, medio cabeza dura; cuando cumplí 16 años, en el 2007, ella me regaló un poema cuya última frase rezaba de la siguiente manera: "SIGUE TU META HASTA LLEGAR AL FIN".

¿Y es que tenía el derecho de llevarle la contraria? No...

Y así fue como, de a poco, casi eternamente, fuimos retomando cosas perdidas que al salir de nuevo a la superficie tenían esa deliciosa vitalidad de la primera vez. Es un placer poder tener de nuevo algo que por mucho tiempo se consideró perdido. Esa sensación de haber corrido kilómetros para obtener un premio: no importa cuán cansado estés al final o cuántos obstáculos hayas tenido que sortear para llegar ahí. Lo único que vale es el momento, el poder estar para vivir esa gloria.

Así sigue esta historia que, afortunadamente, no tiene desenlace. Hablamos (es maravilloso sentir esa complicidad inocente de adolescencia cuando uno ya está saliendo de ella), nos reímos... El otro día hasta me tocó llorar por teléfono con ella escuchando...

Y es por eso que no tiene desenlace: porque la amistad es un camino de ida, una página en blanco. Uno entra en ella, y es su responsabilidad seguir. Uno escribe en ella con la certeza de que no siempre se van a poder evitar los errores, y mucho menos, que queden marcas cuando se los intenta reparar.

Sin embargo, las obras maestras se escriben mediante el fallo y la corrección; y al final, eso es lo que menos vale.

A Jesica Morales,
mariposa capaz de afrontar los fríos más duros
con su incansable vuelo primaveral.

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