jueves, 2 de septiembre de 2010

¿Quién es uno en realidad?

"(...)Sólo aquello que eres has de ser
y aquello que no eres, no.
Así, en el mundo, tu modo sutil,
tu gracia, tu bellísimo ser,
serán objeto de elogio sin fin (...)" - - - E. A. Poe

Si yo dijera en este momento: "vivimos en mundo donde lo más importante son las apariencias", ¿alguien me lo discutiría?


Hace un tiempo, en clases de estilística, mencionamos como un elemento de la retórica al Principio de Verosimilitud, donde que algo parezca real es más valioso que si es real al fin. Y en cierto modo, al mundo le gusta eso; en líneas generales, nos apresuramos mucho a juzgar en lugar de detenernos a conocer a la persona. Nuestro estilo de vida nos lleva a tal ritmo que creemos que con un sólo vistazo es suficiente, ya que no hay tiempo que perder.


Y de esta manera dejamos quién sabe cuántas posibilidades de ser felices, de conocer gente que puede cambiarnos la vida, de tener empleados que rindan y demás, porque hubo algo que no nos gustó y ese simple detalle ya lo descalificó.


Lo mismo sucede a la inversa: si vemos a alguien sonreir damos por sentado que ese alguien tiene que estar feliz. ¿Por qué razón sonríe alguien si no? Y claro, nunca pensamos qué estará pasando por la mente de esa persona en realidad.


Y es que estan fácil crearse una máscara...


Muchas veces estas son simples productos de las exigencias de nuestra vida cotidiana. Uno es un actor dentro del gran escenario del mundo; salimos del papel de hijos a representar el rol de estudiantes, o el de trabajadores, o el de pareja, de padre, madre, amigo y así una infinidad de papeles que muchas veces interactúan entre sí en un mismo marco geográfico y temporal. Es cierto que todo esto conforma lo que somos, pero... ¿es esto TODO lo que somos, todo lo que estamos "destinados" a ser?


Además -y yendo a un punto más subjetivo- hay situaciones que lo obligan a uno a adoptar determinadas posturas que al principio son forzadas, duelen. Pero al final uno se acostumbra tanto que es difícil el desarraigo. Cuando uno se tiene que hacer el fuerte, el duro, el imperturbable, el todopoderoso, el omnisapiente, se corre peligro de terminar engañando a la persona menos indicada: uno mismo. Uno pierde esencia, y paradójicamente, pierde control sobre uno mismo.


En alguna ocasión tuve que hacer de tripas corazón y volverme "la fuerte". Claro, era muy niña para saber lo que realmente estaba haciendo. Y al crecer me vi hasta en la imposibilidad de expresar mis sentimientos, cuando esto hubiera sido más que necesario. Esto le genera a uno un vacío emocional tan fuerte... que parece que nada lo podrá llenar alguna vez.


Si pudiera volver el tiempo atrás, me hubiera dejado llevar un poco más. A lo mejor no está tan bien como uno cree querer tener el control sobre todo. Creo que también me hubiera permitido llorar más; y es que ser fuerte no es no llorar nunca, sino aprender a hacerlo cuando es necesario. 

Vivimos demasiado pendientes de la imagen que queremos vender como si realmente hubiera gente interesada en comprarnos. Tanto es así que olvidamos una verdad fundamental: así como una persona que intenta vender una obra de arte no la altera porque piensa que nadie la querrá por muy triste, muy lacónica, muy colorida, sino espera pacientemente al mejor postor, ese que la querrá tener por lo que muestra, porque se identifica con ella, es manteniendo nuestra esencia a pesar de los golpes, las caídas y las evoluciones propias de la vida que vamos a asegurarnos de que quienes nos rodean son sinceros, y que nos quieren por quienes somos realmente, no por quienes pretendemos ser.


Al fin y al cabo, son estas personas las únicas merecedoras de los cambios que voluntariamente hagamos. Estas, y nosotros mismos; con defectos y virtudes, pero auténticos.


Creo que no puede haber satisfacción mayor.

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