lunes, 11 de abril de 2011

El hilo

A veces pienso que los Antiguos no estaban tan errados. No creo en el destino, pero... la imagen de tres mujeres sobrenaturales desenrrollando hebras de hilo para cortarlas en un momento determinado... No deja de ser una figura romantiquísima.

Las Nornas nórdicas, las Moiras griegas o las Parcas romanas nos vigilan a todos. Hilando, midiendo y cortando. A veces, supongo, el hilo se les enrredará en uno de esos nudos imposibles, siendo necesario, para deshacerse de él, un tirón y un corte prematuro. Otras, ese mismo nudo de alguna manera logra desenrredarse y, al final, se soltó más hilo del que se creía.

Ya dije que no creo en el destino, al menos no en uno predefinido. Creo que todos los construimos con cada acción, cada decisión tomada, cada paso desde que aprendemos a andar hasta que morimos, cada suspiro, desde el primero hasta el último. Eso sí, como un hilo, nuestra existencia es finita. Cada instante de más es un regalo extra. Cada momento es una oportunidad, y está en nosotros el bien utilizarla. No sabemos cuándo ni cómo las filosas tijeras cortarán nuestra racha, por ende, no podemos agregar un solo segundo a nuestra existencia (claro está, además de evitar situaciones peligrosas). Lo que sí podemos hacer es que cada instante valga la pena.

"  Si nos espera el olvido, tratemos de no merecerlo" 
(Alejandro Dolina)

miércoles, 6 de abril de 2011

Diario de una futura profesora. Capítulo 1: el comienzo.


Lunes, cuatro de abril del 2011. Una fecha que quedará grabada a fuego en mi memoria. Es decir, nadie olvidaría con facilidad el primer paso de un simple aprendiz a un profesional, sea cual sea la disciplina. Esto es aun más significativo cuando hablamos de docencia, cuando tu vida entera girará en torno a las aulas y a miles de rostros diferentes.

No estaba nerviosa, pero sí ansiosa. Muy ansiosa. Todavía soy muy joven -tengo diecinueve años-, y en cierta manera tengo muy fresco el recuerdo de mis propios días del otro lado del escritorio; no termino de creer que salí del liceo, cuando ya estoy en mi segundo año de profesorado. Es un sentimiento algo desorientador.

Tomé el ómnibus que me llevaría de una punta de Montevideo a la otra, y me senté en el último asiento, contra la ventanilla, para memorizar el camino puesto que nunca antes había viajado en esa línea. Por alguna razón, todas las canciones en mi MP4 puesto en modo aleatorio fueron estimulantes, animadoras. Desde "Deja de llorar", de Mägo de Oz, hasta "Sweet child of mine", de Guns and Roses... Estaba emocionadísima, aunque en cierta manera también nerviosa, a medida que se acercaba el momento de bajar. No logro definir exactamente qué pensaba en el viaje.

Bajé, y caminé las cuatro o cinco cuadras que me separaban de mi liceo. El liceo 19, en un rinconcito del barrio Unión. En ese momento, ya sin música que me distrajera, podía sentir los latidos de mi corazón acelerándose, el eco de mis pasos llenando mi cráneo... Y sí, ya para ese entonces había poca tranquilidad.

Cuando por fin llegué a la puerta, todavía era temprano. Faltaban unos quince minutos. Expliqué a Mónica, la adscripta, que era practicante y me hizo pasar. Si algo marcó ese día fue el maravilloso recibimiento que tuve por parte de todos los integrantes del liceo con quienes tuve contacto.

Me senté en un banco a revisar los papeles que tenía que darle a mi profesora adscriptora (la titular del grupo, junto a la que haría mi práctica), porque, aunque me había dicho que la esperara en la Sala de Profesores, entrar ahí sola... ¡me daba vergüenza! Me sentía algo desubicada... Y recordaba lo que una profesora el año pasado nos comentaba: que en ese momento no seríamos ni estudiantes ni profesores, pero a la vez las dos cosas. Quería que llegara ya el momento de encontrarme con ella y no sentirme más una intrusa.

Tocó el timbre y me relajé un poco. La esperé en la puerta de la sala, y entré con ella. Ahí me presentó a algunos de sus colegas, cuyos nombres sería totalmente incapaz de referir, tal era mi estado emocional entonces. Y llegó la hora de entrar a la clase... Y no sé si estaba preparada. Solo sé que seguí a Virginia (mi profesora), y dejé que las cosas surgieran.

Antes de entrar, me dijo ella con cara muy seria: "ahora respirá hondo, y no te pongas nerviosa; entrá con la cabeza bien alta". A decir verdad me impactó que me lo dijera. Es decir, ellos están ahí para indicarte la postura que tenés que tener frente a la clase pero... el consejo me sonó más humano que didáctico, y fue reconfortante. Le pregunté dónde prefería que me sentara, si adelante o atrás, a lo que ella respondió que sus practicantes siempre se sientan junto a ella adelante, por un tema de postura. Y entonces me dijo que yo en la clase era igual que ella, y no puedo negar que la idea me hizo sonreír porque... ¿cómo yo, una practicante, más cerca del liceo que del título, iba a ser igual que ella, con tantos años de experiencia? Debo haber reflejado este pensamiento en algún gesto, porque me miró más seria todavía, y me dijo con mucha firmeza: "No te achiques. En serio". De más está decir que eso fue más que suficiente para que me permitiera relajarme y no mostrar toda la tensión y la guerra de sentimientos que para entonces se libraba en mi interior.

Era un grupo chico. Un segundo año. Pero parecían más chicos aun. Todavía veo sus caras de confusión cuando me vieron entrar, aunque la profesora ya les había dicho que estaría con ellos. De todos modos, después de que se ordenaron, me presentó a la clase y yo misma les conté de dónde era y cuántos años tenía (ellos creyeron que era mayor). Estar ahí parada, al frente de unos veinticinco ojos que te escanean por completo... no sé si es para cualquiera. Yo, que estoy convencida de que es esto a lo que quiero dedicarme, pensé que me iba a desmayar...

Estuvieron trabajando y de vez en cuando algunos ojos se desviaban de la profesora para clavarse en mí, que estaba apuntando lo que pasaba y los nombres de quienes participaban para tratar de memorizarlos (no soy buena en eso). En un momento uno de ellos, Juan, que desde que entré supe que iba a ser uno de esos cuyos nombres uno se aprende muy pronto, le preguntó a la profesora si yo no iba a decir nada. Y ella le respondió que qué iba a decir, si era mi primer clase. Entonces él comentó: "¡pero es re tímida, profe! Usted es más suelta..." Ella lo rezongó, que cómo iba a decir eso, y yo me reía, porque si bien suelo ser algo tímida cuando no conozco a las personas, suelo ser muy extrovertida. Es impresionante ver lo perceptivos que son.

La hora pasó muy pronto, y también lo hizo la segunda vez que fui. Eso siempre es bueno, porque significa que se disfruta. La verdad es que me sentí tan cómoda que cada vez que salgo de allí estoy deseando volver. Creo que me saqué la lotería. El grupo es hermoso, y la profesora, mejor de lo que pude haber imaginado. Ahora me toca a mí poner de mi parte para no desperdiciar esta oportunidad. Ya veremos qué sorpresas me esperan durante el año; por ahora, es momento de aprender tanto como sea posible y disfrutar de esta nueva etapa.

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