No creo ser la única persona en el mundo que disfruta de la buena literatura. Esos que te transportan, que te hacen sentir parte de un mundo paralelo. Pero no “dan la sensación”; se VIVE.
Seguramente por eso es que la vida cotidiana parece tan aburrida e insípida al soltar el escrito. Uno lamenta no poder ser aquella hermosísima guerrera medieval, o aquel adolescente con poderes arácnidos, o como quiera que sea nuestra historia predilecta. Se siente como que viviéramos en un constante día nublado, gris por entero, sin gracia. ¿Nadie se ha sentido así, con ese sinsabor al observar la realidad fuera del libro?
Entonces me pregunto, ¿realmente desearía que mi vida fuera así? Bueno… supongo que muchos sí lo harían. Yo misma lo hacía hasta que me puse a pensar en algunas cuestiones que siguen la filosofía de “hazlo tú mismo” que, simplificando muchísimo, es la que sustenta este espacio.
Toda historia maravillosa lo es porque tiene a alguien decidido a escribir. Seguramente ese alguien no sea un ermitaño que se encierra frente a la computadora, tabla digitalizadora, cuaderno o lo que sea a escribir o dibujar (sea libro o comic o novela ilustrada ese escrito que nos hace soñar despiertos). Es probable que sea una persona como nosotros, con obligaciones, familias y sucesos que cambian sus planes de pronto. Quizás tenga otro trabajo además de ese que recibimos en nuestras manos. No sabemos. Lo que sí sabemos es que a pesar de todo eso se tomó el trabajo de dedicar tiempo a pensar, a diseñar mentalmente, a plasmar y corregir, compartir y consultar con otros… A veces vemos solamente el resultado e ignoramos todo lo que hay detrás, lo que lo hace ser.
Nosotros vivimos nuestra propia historia cada día. Somos los protagonistas de un libro cuyo principio empieza siendo escrito por otros, como los padres, hasta que de repente, nos ceden el lápiz y es nuestro turno de decidir en qué queremos que resulte. Podemos pensarnos como una persona vulgar que se levanta cada día a trabajar y vuelve a su casa, o podemos verlo como algo más grande. Cada día peleamos con nuestros propios monstruos, rescatamos nuestras damiselas en apuros, conocemos a nuestros encantadores galanes (aunque tengan defectos y sus alientos no huelan a rosas). Cada día es un nuevo capítulo que podemos manejar a nuestro antojo. No somos personajes siguiendo los caprichos de un escritor resentido; somos jinetes galopando a través de las páginas ondeando nuestros estandartes, peleando por defender nuestros ideales, a veces tratando de movernos con valores que para este mundo ya no valen nada, como lo haría Don Quijote, por ejemplo. Lo cierto es que de alguna manera, cada noche, antes de dormir, hemos o no salvado el mundo. Nuestro mundo. Entonces, podemos quedarnos con esa melancolía barata de querer ser un héroe y no poder, o podemos pelear una guerra aún más dura: la de ser un héroe cada día en nuestra vida personal, frente a cosas que la gente resolvería mediocremente. Necesitamos más fantasía en nuestra vida real. No podemos permitir que toda nuestra vida sea un bosquejo, un día gris. Necesitamos una pizca de algo que la haga brillante, interesante, sin importar cómo lo vean los otros. Necesitamos lamentar menos y actuar más.
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