miércoles, 24 de agosto de 2011

Un año


El año pasado, en estas fechas, atravesé un momento algo complicado. Ahora que lo veo de lejos, ahora que todo se resolvió de manera feliz, y aunque cada tanto duele un poco el recuerdo, puedo hablar de lo que he aprendido. Como ya dije una vez, no pretendo hablar -excepto en algunas entradas puntuales- con todo detalle de mis anécdotas personales, sino más bien rescatar lo que de ellas aprendí y compartirlas.

En primer lugar, me di cuenta que de tanto en tanto necesitamos pensar en lo que tenemos y darnos cuenta del papel que cada persona y hecho ocupa en nuestra vida. O, mejor aún, descubrir qué papel queremos que desempeñen. Por ahí leí que no es tanto que no sepamos lo que tenemos hasta que lo perdemos; sabemos lo que tenemos, pero no creemos que lo podamos perder. Creo que es así.

En segundo lugar, aprendí que hay amigos para todo. Hay amigos con los que solo se puede hablar de cosas tontas o ayudarlos con sus problemas, y aunque lo pases de maravillas con ellos, no le contarías tus problemas. Hay otros amigos a los que no molestarías con bobadas, pero siempre están ahí cuando tenés un problema. Y están los otros, los mejores, con quienes se puede contar para todo, para hablar de estupideces y filosofar hasta las cuatro de la madrugada, o para llorar juntos por horas, para descargar toda tu negatividad e irte a la cama igual de mal, pero interiormente aliviado solo por no tener que cargar con  eso solo. Este periodo me ayudó a ver eso, y está relacionado con lo que mencioné en el párrafo anterior: redescubrí a algunos de mis amigos, lo cual ya de por sí justifica todo lo que pasé. Es decir, cuando se forja una amistad fuerte en medio de una tormenta, y luego de que esta pasa, sigue estando, sin importar lo malo que se pasó, se es feliz.

Relacionado con el punto anterior, entendí que no es necesario llevar las cosas solo, y no es signo de debilidad apoyarse en alguien enteramente. La persona en quien me apoyé fue la menos esperada, porque en realidad no lo conocía personalmente más que de vista y todo se dio por chat, una noche en que no tenía con quién hablar y estaba absolutamente desesperada, pero, al reflexionar en lo que pasó... Sola no habría podido. Tenía muchas cosas en la cabeza, mucha negatividad e ideas horribles que necesitaban ser ordenadas, repelidas y suprimidas, para dar lugar a mejores métodos, caminos y estructuras. Entonces, no está mal tener un mentor, una persona que con total confianza te ayude a pensar -no hablo de que piense por uno, nadie sustituye nuestra propia mente- y te guíe, una especie de modelo a seguir. Agradezco a este Maestro, por estar entonces y desde entonces. Nada habría sido igual sin él, ni lo será ya.

Y por último... Y creo que la lección más grande que aprendí fue que ser uno mismo no significa no cambiar nunca. Uno nunca ES, siempre se ESTÁ SIENDO; no hay edad ni etapa para cambiar y mejorar, y es estúpido refugiarse en el "yo soy así" caprichoso y simplista del que no quiere encontrarse a sí mismo. Hay mil razones para emprender esta búsqueda: yo la hice por no perder a quien amo, y al final me di cuenta de que me habría perdido de mucho de no haberla emprendido. Nunca es tarde para crecer, sea por la razón que sea, y la búsqueda de nuestra esencia es perpetua.

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