Es gracioso cómo, después de que diste todo por alguien, se dan cuenta de que ya no te necesitan, porque no les convenís o quizás porque no entrás en sus planes. No pensaba que la gente podía ser desechable. Just saying.
"And its so strange when you get just a little money
Your so called friends want to act just a little funny
They'll blame you
But I'm not the one that's here to blame
Its you my friend that's really changed
Its a shame, such a shame
Am I losin' once again
Why these things happen, Lord I don't understand
But Lord it can sure hurt a man
Why my friend won't take me as I am"
Dicen que siempre es peor para el que se queda que para el que se va. Y eso es una gran verdad. Recuerdo quedarme llorando al despedir a mi prima cuando volvía a Melo. ¿Quién no ha sentido eso?
Pero hay un aspecto donde esto es todavía más real: la muerte. El que muere, solo descansa. Los que quedamos atrás, sufrimos y tratamos de levantarnos de entre las cenizas y seguir adelante como ellos habrían querido.
Ahora bien, ¿qué sucede cuando las circunstancias de la vida hacen que uno decida partir antes de la fecha que "figura" en nuestro boleto vital? No creo ser la única que en algún momento pensó en suicidarse. Por suerte, nunca llegué a hacerlo. Lamentablemente, hay otros que sí lo han logrado.
Muchas veces fui de las que señaló con el dedo -hipócritamente, lo reconozco- a aquellos que lo hacían, esbozando argumentos del tipo "¡qué egoísta!" o "¡qué cobarde!". Francamente, ya no lo creo así.
Nadie en su sano juicio desea quitarse la vida. Vivimos en un mundo difícil, agobiante, afrontando dificultades que nos aplastan y nos patean las costillas cuando estamos en el suelo. No se desea morir, se desea poner fin a esa sensación de impotencia e indefención.
Ayuda. Cada intento, cada pensamiento es un grito de ayuda que no nos animamos a proferir. Con esto no pretendo hacer sentir culpable a nadie, ya que cómo ayudar a alguien de quien no sabemos el problema. Más bien, es un pedido a aquellos que alguna vez alberguen estos pensamientos para que se animen a pedir ayuda. Como sea, a familia, amigos, médicos... No por eso se es más débil, sino al contrario.
Este mundo se va a pique. No obstante, hay miles de cosas bellas todavía por ver: la paz de las gotas de lluvia golpeando la ventanilla de un ómnibus, la música, la familia, los amigos, los animales, la naturaleza... un atardecer en las aguas tranquilas de la playa, o una despampanante tormenta eléctrica. Vivimos tan dentro de nosotros mismos que no vemos lo hermosa que es la vida. ¡Abran los ojos!
A aquellos que lamentablemente han perdido la lucha contra sus propios pensamientos, y a sus familias, queda la esperanza del reencuentro en un mundo donde ya no habrá causa de dolor, donde todo será paz y felicidad. Ellos solo descansan; descansan de su agobio. Y sí, es más difícil para el que queda que para el que se va... pero depende del que se queda que ese sacrificio no sea en vano. Valoremos la vida y cada una de las pequeñas cosas que la componen. Recordemos a aquellos que ya no están con sus momentos más felices, y hagamos que sus memorias brillen siguiendo las sendas de sus buenos ejemplos. Ayudemos a construir un mejor mañana para los que queden cuando seamos nosotros los que nos vayamos. Solamente... vivamos. Vivamos cada día lo mejor posible. Y nunca olvidemos que, a pesar de todo, la vida es hermosa.
A Gabriela Méndez, y Elena Méndez y su familia
con muchísimo cariño,
deseándoles fuerzas para afrontar este trance
y recordándoles que a pesar de todo, vale la pena.
Ya pasaron nueve años desde que te fuiste a descansar por un tiempo. Creo que esta es la primera vez que me pongo a reflexionar en serio en todo. No quiero hablar de lo terrible de la noticia, o cómo me arrepiento hasta ahora de que mi único saludo de despedida fue con la mano y de lejos. Si lo hubiera sabido, que esa sería la última vez que te iba a ver, te hubiera llenado a besos y me habría quedado por horas escuchándote contarme tu vida.
Desearía haberte conocido más. Tenía 11 años cuando todo pasó. No sé si lo entendía muy bien, incluso cuando iba -y voy- al cementerio.
De las cosas que recuerdo de vos, son tu sonrisa inevitable, tu alegría a pesar de tu pierna discapacitada por la poliomielitis en la niñez, por lo cual usabas ese zapato que hacía un ruido gracioso al caminar. También recuerdo el esmero con el que siempre trabajaste en la carpintería, el ejemplo que fuiste para todos. Era como si no tuvieras ningún problema. Me acuerdo de cómo amabas el campo e ir a pescar, y cómo te escondía las mojarritas porque me daba lástima que las mataras. Y cómo no recordar tus asados, únicos. Hasta ahora no he encontrado ninguno que me guste como me gustaban los tuyos.
Me da ternura recordar cómo me defendías cuando la abuela me rezongaba, y le decías "dejala, mamá". Y ella se enojaba más. También los fines de semana, durmiendo entre ustedes dos, que nunca olvidaban darse la mano para dormir.
Es cierto que hay miles de cosas durante estos años que habría querido preguntarte y conocer, porque siempre supiste dar buenos consejos y ser amigo de todos, ayudar a todos aunque vos necesitaras ayuda primero. Pero a la vez creo que lo poco que vi de vos ya es un gran ejemplo, un ejemplo que quiero aplicar a mi vida, y cuando mañana tenga mis hijas conmigo, poder contarles el gran bisabuelo que tienen, aquel que tocaba el bandoneón y alegraba cualquier fiesta, el que comía chicharrones a escondidas de la abuela, pero por sobre todas las cosas, el que supo ser el abuelo más tierno, dulce y consentidor del mundo. El mejor padre para mi madre y un gran ejemplo de vida. Gracias por todo, abuelo querido. Y será hasta que nos volvamos a ver.