Muchas veces me he preguntado si la gente es conciente de las huellas que deja en la vida del resto de las personas.
Una de las más grandes peculiaridades de la vida en sociedad es que, por más que lo intentemos, por más que lo neguemos, no podemos ser entes aislados; cada acción, cada gesto, dictamen, opinión, nos provocan diferentes reacciones. Ira, indiferencia, simpatía... No podemos ir en contra de nuestra condición de seres humanos, y como tales, seres sociales. De hecho, gran parte de nuestra formación depende de estas relaciones, puesto que lo que aprendemos por nosotros mismos depende de los mecanismos aprendidos de nuestros padres, profesores y amigos.
Y en gran parte, hasta nuestra vida depende de lo que aprendemos de esa gente.
En mi caso particular, mi futuro está marcado por las gotitas que fueron vertiendo muchas personas. Buenos ejemplos que me conducen a querer superarme, mejorar, darlo todo por ver (o imaginar en el caso de aquellos que ya no están conmigo) una sonrisa de aprobación y orgullo, no ya en sus labios, sino en sus ojos. Malos ejemplos que me provocan rechazo, pero que me enseñan qué debo evitar para llegar a mi meta. Ejemplos de total abstinencia ante la vida, que me animan a buscar explicaciones. Ejemplos de desolación, que me refinan, que me hacen olvidar lo malo en mi vida para llegar a ese sagrado estado llamado empatía. Ejemplos de alegría extrema, que me empujan a apartarme de la envidia y a compartir las alegrías ajenas.
Nadie sería nada sin estas cosas.
Según las palabras de la Madre Teresa de Calcuta, "a veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota".
A mi abuelo Jorge Díaz, y a mi "teacher",
Gladys Lilián Bas de Martínez
Por ser gotitas fundamentales en el caudal de mi vida.
Gladys Lilián Bas de Martínez
Por ser gotitas fundamentales en el caudal de mi vida.