Soy de los que piensan que el presente no existe, o existe apenas. El «ahora» es el «antes» del segundo que viene; se escurre como arena entre los dedos. Es ese instante en que apoyás el pie en la baldosa mientras levantás el otro para avanzar. Y en ese caminar hacia adelante uno se cruza con mucha gente: algunos que sólo se paran momentáneamente a saludar, el amargo que te detiene para contarte de sus achaques y negatividad, el que te sonríe un segundo y pasa de largo... y están los que te encuentran, te abrazan y caminan contigo. Ellos no te detienen ni te retrasan, van a tu paso, charlando, haciendo el camino más ameno.
Así es la vida. En esa caminata hay personajes fugaces, otros que mejor perderlos; otros, como los callos o las ampollas, que son dolores inevitables otro pasajeros, y otros más permanentes, como ese huesito del talón cuando es largo, y pincha, y duele, y hace difícil avanzar, pero nació contigo. Y está el que cruzás sin esperarlo, que te llena de felicidad y con el que vas aunque el trayecto sea más largo porque vale la pena su compañía, y porque al final el destino es el mismo: el futuro, que es ahora. Creemos erróneamente que el futuro es lo que viene. El futuro está, lo armamos en el momento. Hay que disfrutarlo con la compañía del que no retrasa y va al mismo lado que uno. Ojo, también hay algunos que caminan un poco pero tienen que doblar la esquina por ahí... y dejan un buen recuerdo, pero no van hacia donde nosotros. A veces vale la pena recalcular, pero... ¿qué tanto y por quiénes dar el salto?
Independientemente de todo, la vida es un continuo devenir de gente, de emociones, de vivencias, de momentos... y no se detiene. Así que: ¿por qué hacerlo nosotros?
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