lunes, 23 de marzo de 2015

Destino



Nunca creí en el destino. Soy creyente, pero creer en que vivo un guion pensado y puesto en mi como un chip no coincide con mi idea de un Dios amoroso y justo (como muchos otros dogmas que pululan por el mundo). Sin embargo, no fue hasta el otro día en el casamiento de una amiga que me di cuenta de lo mágico que es que nuestra vida no esté predestinada.

Somos producto de dos personas que se conocieron por casualidad; nacimos en una ciudad como pudo ser en otra, con el pelo de tal color porque no otro. Somos resultado de decisiones nuestras o de otros, y esos pasos nos van marcando una senda dentro de caminos andados por otros. A veces pisamos huella por huella, con miedo. En otros momentos nos ponemos innovadores y atrevidos, y nos animamos a pintar afuera de las líneas.

Y de repente pasa lo más maravilloso de una vida sin didascalias: esos pasos, esas decisiones, ese camino de repente se cruza con el de otra persona, que de casualidad es perfecta para nosotros. ¿Qué gracia tendría superar todas las piedras del camino por alguien que una fuerza superior decidió que iba a terminar con uno? ¿No es más hermoso el sentimiento de que ese ser nos acompaña porque así lo quisimos, porque lo elegimos de entre todas las opciones que conocíamos? Una hermosa casualidad...

Me gusta la idea de que uno fabrica su destino y que se aprende a vivir, como si la vida fuera un trozo de arcilla. Se nos da un material con determinadas características al que vamos agregando, sacando, moldeando, queriendo y sin querer, a veces sin saber qué es lo que esperamos. Y de repente, después de mucho trabajo, nos paramos a contemplar nuestra obra. Puede que no sea perfecta, quizás otros lo habrían hecho mejor, pero lo que está ahí es único y maravilloso, tanto que nos enorgullece aunque haya cosas que nos sonrojen un poco. Ensuciarse las manos es preferible a ser el espectador de una obra teatral cósmica. El destino nos quita responsabilidad sobre nuestras decisiones, nos oprime y restringe. Quién sabe qué cambiaría en mi vida que no escribiera estas líneas... Eso es lo mágico de todo esto, como esos libros donde uno va decidiendo qué pasa a continuación y en base a eso, el final varía. Lo fantástico de la vida es precisamente vivirla.

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miércoles, 18 de marzo de 2015

Intriga en Verona


Ese es el título de un radiocine que escucho mientras las pastillas de dormir hacen su efecto alucinógeno. Y no sé si es del todo casual. «Intriga»... El Diablo está en todas partes. Justamente pensaba en una situación similar que tuvo lugar hace un año, más o menos, en la cual también escribí una carta para alguien, una amiga a quien le debía una disculpa (porque aunque ya no pienso en volver a serlo, yo la consideré siempre mi amiga), bajo estos mismos extraños efectos que me hacen ponerme ridículamente sincera.


Leyendo su respuesta, y releyendo lo escrito por mí al día siguiente, me di cuenta de que sólo en esa situación de debilidad mental,  de prevalencia de la pasión sobre la racionalidad, uno es capaz de ser honesto incluso con gente que no lo merece. Me dirán ustedes: «¿quién puede no merecer la honestidad ?» Dejando de lado los vínculos matrimoniales, hay gente que no merece saber lo que significan para otros, porque en su insidia, en lo demasiado pagados de sí mismos que están, no lo usarían para nada que no sea burlarse de uno. ¿Vale la pena exponer sentimientos puros de amor, amistad, arrepentimiento... con el peligro de que algún imbécil los mancille con comentarios cargados de ironía y odio? Supongo que sí, cuando la persona lo vale. Y, no obstante, una persona que lo valiera realmente no generaría ninguna duda. Entonces... hay personas que no merecen nada de nosotros, ni siquiera rencor. No lo valen.

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