La cuestión surge porque anoche me encontré escuchando esta canción que comparto arriba (dicho sea de paso, una de mis favoritas de Queen y del mundo), y mi cabecita loca empezó a delirar y a pensar...
...y pensaba en lo fácil que se nos hace caer en el remolino de la vida cotidiana, olvidándonos de las cosas chiquititas que nos enriquecen.
El mundo está diseñado para entrarnos por los ojos. Comprar, tener, desear... parece que nunca tenemos todo lo que queremos, o cuando sí, aparece algo mejor, más nuevo más... "útil". No quiero decir que esté en contra de tener una vida más fácil que la de mis abuelos, pero sí me parece que estamos perdiendo paulatinamente las facultades de raciocinio elementales. La propaganda trata de convencernos de que necesitamos, no podemos vivir sin X producto, y si no lo necesitamos realmente, primero nos crea la necesidad y luego nos vende.
Yo me pregunto: ¿hasta cuándo les vamos a creer el cuentito? ¿Hasta cuándo vamos a trabajar horas extras para comprar un plasma 1001 pulgadas, un super recontra re última moda celular que te trae el diario y te cuenta un cuento antes de dormir? ¿Hasta cuándo vamos a sacrificar a nuestra familia y amigos por esas cosas que, aunque lindas, son en realidad adornos?
Para poner un ejemplo: la comida sin sal es desagradable, pero comer sal sola es tremendamente asqueroso. El plato principal es la vida. Es posible que algún día abramos los ojos y nos demos cuenta de que hemos estado comiendo sal por tanto tiempo... Y nos hemos perdido de cosas deliciosas...
¿Cuándo fue la última vez que soplaste una plantita de diente de león? ¿Has caminado sin paraguas un día de lluvia en el último año? ¿Y qué hay de caminar descalzo? ¿O ver un atardecer, o un arcoiris? ¿Te has detenido a ver jugar a los niños? ¿Mirás por la ventana del ómnibus y observás sólo mugre, o podés disfrutar de una sinfonía de colores hasta en los edificios que nos acompañan todos los días? ¿Todavía disfrutás de comer chocolate y tortas fritas cuando llueve? ¿Te provoca felicidad ver esos caramelos que comías cuando eras un niño, y al degustarlos nuevamente, volvés a sentir eso que te causaban antes?
¿Seguís viendo a los ojos de ese alguien especial, sea quien sea -pareja, amigos, familia... ¡mascotas, por Dios!- y sintiendo que estás vivo?
Si no es así, quizás ya es hora de aflojar un poco las piolitas y de correr sin rumbo por el campo. ¡Qué importan los demás y sus opiniones burdas y amargas!
Las victorias, por ínfimas que parezcan al mundo, son valiosísimas por lo que logran en nosotros.